La búsqueda de los desaparecidos en Colombia y Guatemala
Las guerras en Latinoamérica tienen datos en común; en el Caso de Colombia y Guatemala, el conflicto interno dejó esfuerzos similares en la búsqueda de víctimas de la desaparición forzada. A los victimarios los ocultaron y la sociedad los invisibilizó, porque son tantos, que la estadística se vuelve paisaje. Este trabajo fue realizado por Ginna Morelo, Manuel Alzate y Sara Castillejo por la Unidad de Datos de El Tiempo. Hablamos sobre esta investigación con Sara Castillejo, periodista de datos de La Liga Contra el Silencio y creadora digital.
El auge de la desaparición forzada en Guatemala ocurrió en la década de los 80, sobretodo en sus inicios, periodo en el que la Comisión de Esclarecimiento Histórico determinó que se cometieron actos genocidas de parte del Estado y sus fuerzas armadas.
Esto significa que, mientras cada uno de los puntos negros en Colombia identifica una persona desaparecida, en Guatemala cada punto puede representar una persona o una multitud de hasta 232 víctimas que desaparecieron juntas, al mismo tiempo y en el mismo lugar.
Los datos para esta cartografía fueron suministrados en Colombia por el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y en Guatemala por la Fundación de Antropología Forense (FAFG). Es toda la información disponible y, aún así, todavía no refleja la magnitud de la desaparición en ambos conflictos.
Cartografía de la investigación: cada punto negro significa una persona desaparecida en Colombia, en Guatemala significa una o varias personas desaparecidas.
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En la investigación, para hacer la cartografía de los desaparecidos utilizaste datos del Observatorio de Memoria y Conflicto de (CNMH) y de la Fundación de Antropología Forense (FAFG), ¿Cómo obtuviste la información?
S.C.: El Observatorio recién estrenaba su página web, pero allí lo que había era data ya procesada en infografías. Lo que hicimos, con Ginna Morelo, fue solicitarles el caso a caso. Ellos nos compartieron un archivo de excel con todos los casos que tenían registrados de desaparición forzada.
En Guatemala me entrevisté con Fredy Peccerelli, quien dirige la FAFG. Le pregunté por el registro de desaparecidos que ellos manejan y accedió a enviármelo. Una vez en Colombia le escribí y gestionó la solicitud.
Lo difícil no fue conseguir la información, sino procesarla de modo que pudiera ser compatible para una sola visualización. La limpieza, la combinación y el proceso de ubicar para cada registro la latitud y longitud exacta fue lo más complejo y demorado. Un proceso de ensayo y error que me tomó un par de semanas para resultar en el mapa de calor con los años de desaparición comparados.
El paralelo de las guerras y las cifras de los saldos fueron mucho más difíciles de conseguir, porque implicaron leer mucho y procesar citas sobre cosas que no hemos hecho: la historia de la guerra de Guatemala está en su informe de verdad, pero en Colombia aún no contamos con ese informe, la tarea fue hito a hito y dato a dato, con académicos, instituciones y archivo de prensa.
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Desde tu experiencia, ¿Cuáles son las claves para hacer una investigación respetuosa sobre desapariciones?
S.C.: En Guatemala fue muy impresionante ver el comportamiento de mis colegas en la despedida ritual de estos 172 cuerpos de personas desaparecidas. Su afán de hacer la mejor de las fotos los hizo interrumpir e incomodar a los verdaderos protagonistas, que eran los indígenas maya, en una ceremonia que era sagrada. Recuerdo cuando inauguraron la búsqueda en el polígono 1 de La Escombrera, en San Javier, Medellín: fue exactamente igual.
Creo que la única clave para ser respetuoso es tener un interés genuino por el fenómeno, si lo cubres como una cosa más olvidas que como colombiano y como latinoamericano ese duelo también te pertenece y que sólo por suerte no eres uno de esos familiares que tienen que leer en la prensa los momentos más dolorosos de su vida. Ahí, cuando el periodista se desconecta del acontecimiento, es cuando se producen las faltas éticas y con eso la pérdida de confianza de parte de las comunidades.
En la investigación hay una línea de tiempo comparando el inicio, los actores violentos, las posiciones políticas, los años de las guerras en Colombia y Guatemala. Las cifras son aterradoras, las guerras en Colombia y Guatemala han dejado más de 4,800 masacres juntas.
Cifras de la investigación: guerras en Colombia y Guatemala
¿Cómo surgió la idea de comparar los conflictos de Colombia y Guatemala?
S.C.: La idea no surgió con Guatemala, antes de que yo llegara a la Unidad de Datos de El Tiempo, Ginna Morelo y Rafael Quintero habían hecho en equipo con El Universal de México un reportaje con esta perspectiva de entender cómo la desaparición había afectado a los dos países.
Cuando yo llegué a la Unidad me sumé a la voluntad de construir una línea de investigación sobre este tema que tuviera un enfoque regional, porque Colombia no es el único ni el primer país que vive este flagelo y tiene mucho qué aprender de los aciertos y complicaciones de los vecinos. Por eso hicimos el trabajo de Guatemala y estamos ad portas de publicar uno con Perú.
La intención final es que no quede duda del papel principal que tiene la búsqueda de los desaparecidos en el escenario actual de Colombia, la oportunidad que tenemos con la UBPD que otros países ni siquiera han tenido y la necesidad de que esta dé resultados para poder juntos hacer el duelo nacional que nos debemos y cerrar el capítulo de la guerra.
¿Crees que hace falta más investigaciones comparativas como la tuya para esclarecer relaciones de conflicto en Latinoamérica como por ejemplo el narcotráfico?
S.C.: Lo que creo es que se deben hacer investigaciones sobre Colombia con otros países de la región, en cualquier tema, es una muy buena forma de evitar victimismos, juicios absolutos y conclusiones exacerbadas. Considero que aporta a la precisión y ajusta el nivel de realidad de las piezas que describen las proporciones de un problema, lo que hace más automático proponer caminos nuevos, más intentos de soluciones. Además es un periodismo que convoca al encuentro y la construcción desde la diversidad. Yo me construyo como periodista, mujer y ciudadana con cada reportaje transnacional, gracias a la oportunidad que ofrecen de aprender de otras realidades, para entender que ninguna es perfecta y ninguna es sólo tragedia.
La Unidad de Búsqueda en Colombia fue creada jurídicamente para cumplir el mito de Antígona: buscar y nombrar a los ausentes.
Devolverle la esperanza a los familiares de los desaparecidos y en el mejor de los casos identificarlos, es una tarea que supone retos mayúsculos. Solo los desaparecidos forzados entre 1958 y 2017 suman 82.998 personas, según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH).
¿Y eso qué significa? En términos estadísticos, se busca un número de ausentes equivalente a toda la población de Rionegro, municipio antioqueño, o de Sabanalarga, Atlántico. Pero más que un número, supone incorporar a la historia de Colombia la identificación de las víctimas de desaparición forzada, técnica de guerra instalada en el país a lo largo de 60 años.
En un pajar de conflictos hay que hallar todas las agujas. Impunidad y violencia fue lo que hizo casi imposible la búsqueda de los desaparecidos en el país hasta que la ley lo tipificó como delito en el año 2000. Hasta entonces se hablaba de secuestros. La explicación es de Carlos Valdés, director del Instituto Nacional de Medicina Legal.
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¿Cómo has visto el papel de la JEP y del actual gobierno para esclarecer la verdad de los desaparecidos?
S.C.: Yo creo que el discurso sobre la desaparición debe ser humanitario antes que judicial. Veo que el Sistema de Verdad, Justicia, Reparación y No repetición lo tiene claro, pero considero que hace falta decisión para echar a andar la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas con todo su andamiaje, y se nota en su escaso presupuesto.
A mí me indigna la irrelevancia con la que el discurso político trata la desaparición, pero me duele más la falta de movilización social al respecto. Me parece que la desatención del tema por parte de la ciudadanía es un aprendizaje de la propia guerra, del 'sálvese quién pueda' y la apatía del dolor del otro. Una forma de evitar mirar el horror para poder 'avanzar'. Por eso creo que a todo este esfuerzo le hace falta un diagnóstico psicológico nacional de nuestras secuelas de guerra, a ver si hallamos maneras de desactivar las prevenciones con las que llegamos hasta aquí.
Cifras de la investigación: encontrados en Colombia y Guatemala
Este mes lanzaremos nuestra nueva guía Pistas para investigar la desaparición y búsqueda de personas, ¿Consideras que en el periodismo hace falta una formación más ardua en estos temas?
S.C.: Claro que sí, cubrir la desaparición no es sólo el enfoque de la memoria y acciones de denuncia, hay asuntos científicos relacionados con procesos forenses, arqueológicos y antropológicos durante la búsqueda, la prospección y la identificación. También está el asunto de la disponibilidad y acceso a información relevante, los archivos del Das por ejemplo, diversos documentos de ONG y centros de pensamiento, la necesidad de entender los tipos de sitios de entierros y sus dificultades, las circunstancias que hacen particular una desaparición y su investigación, las necesidades específicas de las comunidades indígenas y afro y la dimensión religiosa de la desaparición. Además, una vez haya cuerpos para entregar, es necesario un enfoque de salud mental que nos permita contribuir a que los familiares hagan y cierren duelos, que no sean eternos los sufrimientos y que en el discurso público no se hable de esto con lástima sino con dignidad y compromiso.
Es mucho, mucho lo que hay que aprender, y muy diversos los enfoques que se pueden abordar. Todo está por hacer y debemos seguir construyéndonos para estar a la altura de los acontecimientos.
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