Un viaje por la Colombia que aún no conoce la paz
La asociada Ana María Saavedra, editora de orden del diario El País de Cali, viajó al litoral de San Juan, entre el Valle y Chocó, acompañando a una misión de las Naciones Unidas, ella narra la historia de las comunidades indígenas y afro que aún no conocen la paz.
En una región en la que en los últimos dos años se han desplazado más de 15 mil personas, la periodista hizo un recorrido y documentó la situación que viven las comunidades del Bajo San Juan y Litoral del San Juan, comunidades que tienen que vivir con la constante guerra, y amenaza de varios grupos, tanto guerrilleros, como paramilitares:
“En el San Juan conviven ambas culturas: los negros y los indígenas. Ambas protegidas por las leyes como poblaciones vulnerables. Ambas atacadas por todos los grupos armados. Ambas víctimas y sobrevivientes. Incluso, la Corte Constitucional los visitó en septiembre pasado y emitió un auto en el que constató “la persistencia del conflicto al interior de los territorios étnicos que siguen potenciando múltiples y continuados hechos de desplazamientos forzado y de afectaciones nocivas”.” (Fragmento de la investigación)
El constante conflicto armado que se vive en Chocó ha dejado varios pueblos y caceríos fantasma, pues sus habitantes nunca pudieron regresar:
“El año pasado, según las cifras de la Unidad de Víctimas, 2957 personas se desplazaron en la población chocoana del Litoral del San Juan. La cifra de personas que abandonaron sus casas en el Bajo San Juan es mayor, pues este número no incluye a las comunidades que están en el lado del Valle del Cauca, como Chachajo, Cabecera o Cuellar”. (Fragmento de la investigación)
La desconfianza entre poblaciones ha propiciado la división, pues antes, entre la comunidad afro y los indígenas se realizaban intercambios y había una relación de comunicación; ahora, de cualquiera se puede desconfiar. Los medios para sostenerse, alimentarse y educarse se han visto también afectados, pues cazar, pescar, ir por los recursos para tejer se volvió muy peligroso debido a las constantes amenazas:
“El caso de la mujer, quien debió huir con su familia, ha atemorizado aún más a estas poblaciones. El mensaje de que iban a acabar con los líderes los tiene preocupados. “No podemos ir al monte a coger cogollos de werreque (con lo que fabrican sus artesanías) porque da miedo encontrarse con estos grupos. No somos libres. No podemos ir por nuestro pancoger. Las mujeres no pueden andar solas rozando caña para sacar miel”, dice uno de los indígenas”. (Fragmento de la investigación)
Pese a todo, estas comunidades se enfrentan a un problema más: los cultivos de coca, y las facilidades para sacarlos por el río San Juan:
“Pero no solo esto, el San Juan, que atraviesa la mitad del Chocó, tiene varias desembocaduras al Pacífico y una serie de esteros, por los que sacan la droga. Precisamente, el jueves la Fuerza Naval del Pacífico reportó el hallazgo de un semisumergible que fue localizado en la vereda El Limón, en un estero del río Cucurrupí de Itsmina en Chocó”. (Fragmento de la investigación)
“Durante dos días y medio recorrimos las poblaciones del San Juan. Hablamos con indígenas y afro. Vi, de cerca, la realidad de un pedazo de Colombia que aún vive en guerra. Conocí la tierra de la que me hablaban los desplazados que había entrevistado en Buenaventura, encerrados en un coliseo. Comprobé que, pese a la guerra y al dolor, los Wounaan y los afro son unos sobrevivientes”.
La situación que viven estas comunidades en el Chocó son ignoradas por muchos colombianos, ¿a qué cree que esto se deba?, ¿falta presencia del periodismo en estas zonas?, ¿se está fallando en la manera de informar sobre estos temas?
El Río San Juan, toda la parte del Valle del Cauca y la parte del litoral de San Juan, es una zona de difícil acceso, solo hay dos formas de llegar: por el mar, en lancha, y por el río Calima que llega hasta la desembocadura del San Juan. Sí ha habido poca presencia del periodismo, pero es que también el periodismo tiene unas dificultades logísticas. Llegar allá no es barato, y hay condiciones de seguridad que no permiten llegar así como así, porque te expones tú y expones a las personas que están ahí, son comunidades que quedan a la orilla del río. Entonces sí hay una falta de presencia del periodismo que le apueste a hacerle seguimientos en campo de esas situaciones, de esas realidades, de ese país tan lejano, y es una situación que los organismos internacionales han denunciado muchas veces, sino que yo pienso que es tanto el boom informativo que hay por informar algo, que dejamos de informar lo otro.
La presencia del gobierno, por lo que narra en el reportaje, parece que no está allí. ¿Qué percibe del papel del Estado en esta situación? ¿Están haciendo algo para ayudar?
El Gobierno está intermitentemente, lo que pasa es que la presencia del Estado se ve ahí a través de la armada, con un bunker nodriza, pero es una presencia que no le da tanta tranquilidad a la comunidad, porque hay otros grupos, si a ellos los ven con la armada, los creen colaboradores. Si la armada llega a sus comunidades, pueden ser señalados y corren peligro.
El Valle del Cauca tiene visitas de la Unidad de Víctimas, la Defensoría de Estado, y por el lado del Chocó igual. Pero no es una presencia que esté constante.
Es una comunidad muy lejana, tiene muchas carencias y limitaciones, es una comunidad que ha sido víctima muchas veces, entonces ellos hablan de que no hay un tratamiento integral. Poblaciones como Agua Clara, que había hecho un retorno hace dos años, decían que muchas de las promesas de mejoramiento de vivienda, de educación, de movilidad (la lancha que tenían se la habían robado, y era una lancha que ni siquiera les había dado el Estado, sino una ONG), de salud (ellos tienen promotoras de salud pero no tienen un sitio real de salud) pues no se veían.
Entonces la presencia estatal no se ve tanto, ayudan, como en llevar mercados de vez en cuando, pero no es una ayuda que pueda convertirse en algo sostenible, y aparte de eso, la presencia de los grupos y las amenazas constantes crean cosas graves; Nosotros nos encontramos, cuando pasamos por un corregimiento, un sitio llamado 'La Palestina', una lancha ambulancia, que nunca había salido, era de Caprecom, es una lancha de 200 millones de pesos, y estaba encallada ahí, porque como dejó de existir Caprecom, nunca les dieron gasolina y ahí quedó.
¿La comunidad indígena es muy reservada y a veces rechaza las cámaras y entrevistas? ¿Cómo acercarse a estas personas sin atemorizarlas, manteniendo el respeto a sus costumbres y creencias?
Nosotros acompañamos en un viaje a La Acnur, que es la Agencia para los Refugiados, ellos han hecho un trabajo muy largo, según pude percibir, muy serio y de mucha confianza. Los indígenas y las comunidades afro confían mucho en ellos. Entonces llegamos con esa carta de presentación. Igual no fue difícil acercarnos a ellos, porque tenían ganas de hablar, querían expresarse. Se sentían olvidados, agradecían que estuviéramos allá.
Estaban en unos juegos deportivos indígenas, así que estaban varias comunidades indígenas reunidas en un sitio y nos recibieron muy bien. Pero no sacamos rostros, los videos no fueron con nombres y caras de personas, por su seguridad, porque igual nosotros nos vamos y ellos se quedan. Entonces en eso sí fuimos muy claros.
Hay un trabajo de datos en este reportaje, sin embargo, la narrativa cronológica y descripción del recorrido están más presentes en esta investigación. ¿Cómo fue el trabajo de búsqueda de datos y fuentes en esta investigación?
El trabajo de datos que hicimos fue previo y posterior. Recopilamos datos del OCHA (Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios), de la Defensoría del Peblo, de boletines de prensa sobre los desplazamientos y los confinamientos, para establecer una cronología y para mirar muy bien cuáles son las poblaciones afectadas. Teníamos que tener un conocimiento fuerte de la zona. Ese fue el trabajo de datos, de reportes de desplazamiento, de diferentes organizaciones, nacionales e internacionales. Pero sobretodo fue un trabajo de campo, de escuchar a la comunidad, de observar.
¿Qué consejos daría a los periodistas que cubren, quieren, o van a cubrir zonas en las que el conflicto está presente, hay una comunidad vulnerable, y una situación riesgosa?
Lo primero, como consejo para los periodistas que cubren y van a esas zonas de conflicto es que piensen en su interlocutor, para mí lo más importante, antes de que quede una historia bonita, un gran reportaje, que tenga o no repercusiones, es que protejas a esas personas que te están hablando. Es que trates de hacer un plan, para no preguntar a la loca, llegar con contactos, y con contactos que vas a proteger, hay que analizar muy bien cada situación y ver si esas personas que te hablan corren peligro, porque uno se va y ellas se quedan. Hay que evaluar bien qué vas a publicar.
Otra cosa es que tenemos que tener unas medidas de seguridad para nosotros, tenemos que conocer el terreno, tenemos que tener una investigación previa para llegar allí, y unos contactos previos, pero al mismo tiempo, tenemos que tener muy claro, y tratar de minimizar lo más que podamos, el riesgo en que podemos poner a estas comunidades. Tenemos que hablar con respeto, escuchar. A veces hablamos con nuestro propio afán, y ellos quieren hablar, pero por ejemplo a los indígenas no es tan fácil entenderles, porque no hablan, algunos, perfectamente la lengua, el español. Entonces si te tienes que quedar una hora escuchando a alguien, cree que lo necesita, también es un poco de respeto con ellos hacerlo, porque te están recibiendo, en su casa, en su mundo, te están abriendo las puertas. Hay que dejar el utilitarismo que a veces tenemos y tener un poco de respeto por el que nos está hablando, y al que tenemos que proteger, sobre todo.
Mira la investigación completa aquí.
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