Amanecer al sur de Bogotá
Muchos residentes de la siempre fría ciudad de Bogotá, en Colombia, suelen advertirle a propios y extraños que no visiten las localidades o barrios del sur. Para ellos, la zona y sus habitantes son sinónimo de violencia y delincuencia sin remedio.
No obstante, en Usme, localidad que alberga 120 de estos barrios, habitan hombres y mujeres con sueños y anhelos alimentados por el trabajo incansable. Es el caso de Nitza Viveros, una mujer afrodescendiente de 45 años que ha sabido hacerle frente al estigma y criar con bien a sus dos hijos, ella sola.
Autor:
Nixxi Karolina Córdova Ramos
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“¡No te vayas a vivir al sur!” Nitza aún recuerda la expresión de una amiga cuando le contó que se mudaría a Usme, al sur de Bogotá. Esta zona de la ciudad es vista bajo el prejuicio de muchos como un lugar muy peligroso, y el último al que alguien cuerdo podría mudarse.
En respuesta, medio preocupada pero medio riéndose, Nitza le contó a su amiga que ya le habían enseñado los planos de la residencia y que se veía muy bonita y acogedora. “Y eso fue lo que más me importó”, dice, seguido de un “la verdad es que amo vivir en el sur. Es tranquilo, diferente a todo lo que me habían dicho”.
Fue así como, tras unos años de ahorros, Nitza Viveros consiguió mudarse con sus hijos Diego y Alexander a Colores de Bolonia.
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Al apartamento se llega tras una breve lucha contra una cuesta empinada. Una vez en casa, Nitza recupera el aliento y decide qué va a preparar para el almuerzo del día.
El olor del pollo frito comienza a inundar el ambiente. Mientras tanto, el agua de las lentejas se evapora con lentitud. Como la cocina solo tiene dos hornillas, los patacones deben esperar su turno hasta que el pollo esté bien dorado: según Nitza, el secreto está en usar poco aceite y dejar que la carne aproveche su propia grasa.
El menú final está acompañado por arroz blanco y un jugo dulce de tomate. “Provecho”, dice, y se dispone a servir el almuerzo.
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Después de intentar con varios empleos mejor remunerados, pero no tan satisfactorios, Nitza decidió entregarse al amor por el arte. Para ella, trenzar cabellos no es solo una forma de perpetuar su cultura y a sus antepasados, sino que le permite expresarse de manera artística.
Con la llegada del virus que confinó a todos en casa, muchos decidieron cambiar de empleo o negocio. Pero no fue el caso de Nitza. “Prefiero ganar poco, pero disfrutar mi trabajo”, asegura. Su capacidad para administrar el dinero le permitió mantenerse durante los meses de aislamiento, y confía en que podrá seguir así por mucho tiempo.
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“No es fácil llegar a un lugar que no conoces siendo tan joven”. Nitza partió de Chocó a Bogotá a los 19 años, sola y con la única advertencia de mantenerse alerta con todo lo que viera y oyera. Por recomendación de una amiga, entró a trabajar como empleada doméstica en casa de una señora “difícil” de tratar.
“No me quedé allí por mucho tiempo. Ha sido difícil, y lo fue más cuando tuve a mis dos hijos. Pero tener carácter le ayuda mucho a uno”, afirma.
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La rutina de Nitza es sencilla y no ha cambiado mucho en estos tiempos de incertidumbre. Por lo general se levanta algo tarde, pues dormir es una de las cosas que más ama. Sin embargo, logra hacer algunas labores en casa antes de salir a prestar sus sus servicios a domicilio, si se lo solicitan.
Nitza no tiene un programa de televisión favorito; cuenta que suele ver lo que le llame la atención en ese momento. La señal de cable a veces falla, “por la zona”, dice, pero nunca se aburre. Si no la acompaña la Tv, la música lo hace.
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Nitza suele trenzarse el cabello con la única ayuda de un espejo. Con mucha paciencia y firmeza, hace movimientos imposibles con tal de alcanzar cada hebra de su cabello.
Ella es la mejor muestra de la belleza de su trabajo. Cuando trenza su cabello, añade extensiones de diferentes colores, broches y ligas lo suficientemente ajustadas para que el cabello no se suelte.
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La música acompaña, aconseja, consuela: salva. En casa de Nitza, el silencio casi no existe: si no es el equipo de sonido a todo volumen, es ella tarareando alguna bachata dominicana.
Decir que a Nitza le gustan la salsa y la bachata es poco. Cuando sus hijos no están en casa, o aun cuando están, la música le hace compañía. Ahora está cantando un “tengo el alma encadenada en dos pasiones, tengo al corazón cautivo en dos prisiones”, mientras recoge la mesa.
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Los surcos que se forman al trenzar el cabello parecen caminos. Se dice que, tiempo atrás, los esclavos africanos escondían mapas con rutas de escape en los cabellos trenzados. Así es como muchos lograron huir de sus captores.
Nitza, al igual que otras mujeres afrodescendientes, conmemora la historia y el legado de sus antepasados con su cabello trenzado. No obstante, no teme soltarlo y dejarlo así, libre e ingobernable, porque la rebeldía de su cabello refleja su propia insurrección.
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Diego y Alexander Viveros tienen 16 y 22 años, respectivamente. El primero acaba de terminar la secundaria, con honores, y planea estudiar Ciencias Políticas. El segundo está cerca de culminar su licenciatura en artes, y trabaja en una academia de baile.
Ambos son el orgullo de Nitza, cuya agenda diaria siempre ha tenido en primer lugar el cuidado de sus hijos. Esto, contrario a lo que muchos pudieran pensar, no le ha impedido tener momentos de distracción.
“La noche que nació mi Alex, yo estaba en una fiesta”, cuenta, mientras se ríe. “Siempre he tenido tiempo para mis hijos, para mi trabajo y para divertirme. A veces las personas creen que, cuando te vuelves madre, debes privarte de muchas cosas. Pero no fue así conmigo”, asegura.
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En estos tiempos de incertidumbre, el solo hecho de tener trabajo ya es una bendición… pero tener trabajo, disfrutarlo y poder vivir de él, son mil bendiciones juntas.
Nitza lleva 22 años valiéndose de su oficio como estilista para sostenerse a sí misma y a sus dos hijos. Después de tantos años trabajando y viviendo de lo que ama, su satisfacción y agradecimiento no pueden ser descritos con palabras.
Sin embargo, hay algo que no puede evitar manifestar: su trabajo le ha permitido mantener a sus hijos cerca, y “muy juiciosos”, en sus palabras. Al ser madre soltera, solo ella y quienes se enfrentan a este reto saben lo extenuante que es dividirse entre el trabajo y la crianza de los hijos.
Sin embargo, se puede. Y este es el mensaje que a ella le gustaría transmitir.
“No importan los comentarios malintencionados, la gente que menosprecia…nada. Yo planeo seguir hasta donde Dios me dé la fuerza y la energía”.
Sobre la autora:
Nixxi Karolina Córdova Ramos
Egresada de Periodismo de la Universidad de Piura, Perú. Diseñadora gráfica independiente. Cuenta historias de interés humano, cultural y medioambiental a través de la fotografía, la ilustración y el diseño de información.
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