“Así se hizo la vuelta”

La historia tras la desaparición forzada y no documentada de mujeres en los Llanos Orientales

Historias de mujeres que construyen paz en los territorios

“Así se hizo la vuelta”

Autor:

Carolina Tejada Sánchez

Noviembre 25 de 2020

“¡Que chao, que me voy, mañana me voy!”

Cuando se despidió de sus profesores del Colegio Los Centauros, en el municipio de Vistahermosa, departamento del Meta, Lorena estaba contenta. Al siguiente día saldría para Villavicencio, donde la aguardaba su tía Doris, a la que tanto se parecía físicamente: morena, cabellera negra y larga. Su destino final sería Bogotá, donde se reencontraría con Cirleny, su mamá, a quien ya había alertado de querer irse del pueblo. Y así fue. Muy temprano, en la mañana del 22 de septiembre del 2002, dejó atrás la pieza en que vivía, llevando solo una maleta y vestida con su uniforme a cuadros. En el paradero de los buses abordó una flota de la empresa La Macarena, rumbo a la capital llanera.

El recorrido duraría tres horas y en la carretera, como era costumbre, habría algún retén militar. En la zona hacían presencia otros grupos armados y eran muy frecuentes las confrontaciones. De ahí las palabras de su madre al despedirse por teléfono:

“Tenga cuidado. Que mi Dios me la cuide en el camino”.

Los días pasaron y Lorena nunca llegó a su destino. Cuando su madre y su tía indagaron por ella, les dijeron que la vieron por última vez en el paradero de los buses.

“¿Qué paso con la niña?”, preguntaban con angustia los profesores del colegio.

“Nadie sabe nada”, les contestaba la mamá de Lorena.

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Lorena Yadira Nieto Criollo, víctima de desaparición forzada en Vistahermosa, Meta. 

***

Desde que nació Lorena, su tía y su mamá estuvieron a cargo de ella. Recuerda la tía, al repasar las fotografías de Lorena en esos trajes de baile y disfraces que ella le confeccionaba. Su sonrisa de oreja a oreja iluminaba su rostro en las imágenes. “Siempre fue una niña muy alegre y amistosa”, contaba la tía Doris.  

Lorena Yadira Nieto Criollo, vista por última vez a sus 14 años, es una de las tantas mujeres que desaparecieron en medio del conflicto armado en los Llanos Orientales, en casos poco documentados, como si se tratase de un tema menor. Solo algunos registros elaborados por organizaciones de derechos humanos y boletines de la Gobernación del Meta reportaban cifras globales, sin enfoque diferencial, sin mayores señales. Apenas, en el ‘Tercer Boletín de Desaparición Forzada en el Departamento Del Meta’, con registro de 1984 al 2018, se daba cuenta de 14.157 personas víctimas de desaparición forzada, de las cuales 6.854 eran mujeres, y que el crecimiento de este fenómeno había tenido sus picos más altos en el año 2001, con una cifra de 1.028 desapariciones; el año 2002 con 1.357 casos, seguido del 2003, con 1.369, la cifra más alta.

El boletín también registra que, entre el 2000 y 2018, las personas entre los 29 a 60 años fueron las que más sufrieron este flagelo: 8.278, seguido por las personas entre 61 a 100 años, con 2.694; las de 18 a 28 años, con un total de 1.803, y las de menor edad, entre 12 a 17 años fueron cerca de 330. Estos son apenas los casos de una región, pero en el país, según el registro del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) entre 1970 hasta agosto del 2018, la cifra asciende a 80.000 víctimas.

El caso de Vistahermosa en el Meta es el que aparece con la mayor tasa de desaparición forzada, con 2.328 casos. El pico más alto de mujeres desaparecidas en el departamento fue en el año 2002, con 670 casos. Pero este solo es el registro oficial. La poca información sobre esta realidad, que se mostraba más abrumadora, fue el motivo de mi viaje a los Llanos Orientales, no solo para conocer unas cifras, también era importante saber los detalles de quiénes eran estas mujeres y qué había pasado con ellas.  

Recorriendo los pasos

A tres horas del frío bogotano y en las altas temperaturas del ‘Portón Llanero’ inició la búsqueda. Luego de recorrer la ciudad me entrevisté con Vilma Gutiérrez, la coordinadora del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado del Meta, organización que trabaja para que no queden en la impunidad desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, asesinatos selectivos, entre otros, en todo el país. Lo primero que me advirtió Vilma es que esta labor no sería fácil.

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Vilma Gutiérrez, coordinadora del Movimiento de Víctimas de crímenes de Estado del Meta. Fotografía: Carolina Tejada
 

La mayoría de las desaparecidas no estaban reportadas y cuando sus familiares lo hacían, difícilmente guardaban una foto. En una oficina llena de carpetas que cuidaba como un tesoro, Vilma tenía lo que llamaba “la galería de la memoria”, con una fotografía pegada en un octavo de cartón paja y una pequeña leyenda.

Le pregunté por qué la mayoría no tenía fotos, sino una flor, y dijo: “porque no hay fotos y la forma de representarlas es con una flor”. Me compartió un archivo con cada caso de los cerca de 66 que hasta el momento tenía registrados: Gladys Orfilia Sarmiento Pardo, Sonia Patricia Vera Sarmiento, Ermelinda Pabón Sarmiento, con una rosa roja y su leyenda. Alba María Álvarez Mancera, campesina, con una rosa amarilla, y así muchas más. Muchas de ellas eran lideresas sociales.

En la madrugada siguiente me adentré en medio del intenso llano. En Vistahermosa, el encuentro fue con una mujer a la que llamaremos *María[1], integrante de un grupo de buscadoras, la cual me acompañaría a hacer un recorrido por la región. Con María cumplimos con la agenda del primer día de trabajo y entrada la noche se marchó. Yo me dispuse a esperar a Doris, la tía de Lorena, en el patio frontal de una casa humilde construida sobre escombros, de una de las integrantes de las madres buscadoras. Al llamarla al celular, Doris me dijo:

“¿Es usted la de la camioneta?”, le dije que sí.

“No me acerqué, porque una nunca sabe”, dijo. Había pasado minutos antes en su bicicleta. Era normal su prevención debido a la situación de orden público.

“Hay combates, murieron seis soldados”, “ayer mataron a dos líderes de un municipio cercano”, advertían habitantes de la zona y se sentía el temor en la gente, la guerra en Vistahermosa no había terminado con la firma del Acuerdo de Paz.

Luego de saludarnos de frente con Doris, simplemente dijo “ya nos vimos”. Quedamos en que nos encontrábamos al otro día muy temprano y se marchó.

La guerra de ayer, los temores de hoy 

El temor de la gente era comprensible. No querían volver a aquellas épocas en las que el conflicto armado se acentuó. La política de Seguridad Democrática durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez y del “Plan Patriota”, habían logrado, según el General retirado del Ejército Nacional, Jorge Enrique Mora Rangel, «doblegar la voluntad de lucha de los grupos narcoterroristas», refiriéndose a la presencia de las Farc.

Durante esa época la población civil padeció las más largas noches entre combates, bombardeos, pescas milagrosas, el desplazamiento y la desaparición forzada. El paramilitarismo se fortaleció y, tal cual como lo describe Mora Rangel, la guerrilla se debilitó. Pero las prácticas en terreno del Ejército Nacional fueron objeto de contundentes denuncias.

En medio de ese torbellino se dispararon las desapariciones de civiles. Así fue denunciado durante la Audiencia Pública denominada ‘Crisis Humanitaria en los Llanos Orientales’, realizada en la Macarena el 22 de julio de 2010 e impulsada por la Comisión de Paz del Senado de la República, por el senador Iván Cepeda y la entonces senadora Gloria Inés Ramírez, a petición de las comunidades y las organizaciones defensoras de los derechos humanos.

Bajo las sabanas llaneras, entre el 2010 y 2012, la Fiscalía General de la Nación reportó el hallazgo de 2.304 cuerpos no identificados y, de estos, 1.674 habían sido reportados como bajas en combate. En el 2018 fueron 899 los cuerpos identificados como víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Y según un informe de El Grupo de Búsqueda, Identificación y Entrega de Personas Desaparecidas de la Fiscalía (GRUBE), con corte a 30 de junio de 2020, en esta misma región se han documentado 1.667 exhumaciones, de los cuales 899 cuerpos han sido identificados y 280 entregados a sus seres queridos.

Según el Ministerio del Interior, en su informe de gestión del periodo enero de 2018 y diciembre del mismo año, se habían reportado 30.750 cuerpos de personas no identificadas en 426 cementerios. De este número de cementerios, cinco corresponden a los Llanos Orientales: Villavicencio, Granada, Vistahermosa, La Macarena y San José del Guaviare.

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Cementerio de Vistahermosa en el Meta. Aún están las huellas del lugar de las exhumaciones de los cuerpos enterrados allí y presentados como bajas en combate por el Ejército Nacional.Fotografía: Carolina Tejada
 

A comienzos de este año, en una fotografía, una mujer con mirada triste y perdida, tal vez en algún recuerdo, sostenía en sus manos un cartel con una frase que decía: “Te habría abrazado tan fuerte de saber que era la última vez que iba a hacerlo”. La mujer asistía a la entrega del cuerpo sin vida de un familiar, luego de muchos años de desaparecido en San Isidro, municipio de Mesetas en el Meta. Era uno de los tantos restos que se habían identificado y entregado para darles “cristiana sepultura”, luego de la Audiencia Pública de la Macarena. La búsqueda de mujeres desaparecidas en el marco de este conflicto era el motivo de mi encuentro con Doris, la tía de Lorena.

Antes de las siete de la mañana Doris llegó al hotel, en su bicicleta. Traía un pequeño bolso, unos papeles y una memoria. Sobre el colchón, en mi habitación, la cámara quedó apagada a petición de ella, y me empezó a contar: “Mi hija fue desaparecida en septiembre 22 del 2002”, refiriéndose a Lorena, su sobrina. “Ella estaba estudiando aquí en el Colegio Los Centauros. Ella era muy alegre. Los profesores me dijeron que el día anterior, contenta se despidió, ‘¡que chao, que me voy, mañana me voy!’, al otro día subió a un bus con la maleta, con uniforme y todo. Ella iba para donde yo estaba”.

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Lorena Nieto Criollo, víctima de desaparición forzada por los grupos paramilitares en Vistahermosa.

Lorena había estado antes en ‘Villavo’ con su tía, pero decidió regresar a estudiar a Vistahermosa. “Yo le dije, ‘¡Mamita no se vaya más para Vistahermosa!’ Sin embargo, se regresó. Allá estaba el papá, pero él nunca respondió por ella. Lorena quería estudiar allá y para ello podía quedarse a vivir con mi hermano (su tío). Ahí en el caño, en Charco Azul, fue donde a ella la bajaron unos hombres que iban en una moto y se la llevaron”.

De acuerdo con un testigo de los hechos, fueron dos hombres que se presentaron como guerrilleros de las Farc. En medio de las averiguaciones de la tía y la madre de Lorena, se supo que la Lorena vivía en una pieza que le pagaba un militar, con el que presuntamente tenía una relación. Para estas mujeres, la desaparición de Lorena tenía mucho que ver con el militar. Las denuncias por su desaparición ya se habían entablado ese mismo año en el que ocurrieron los hechos en Villavicencio y en la Fiscalía, en la localidad de Kennedy en Bogotá.

Mientras la tía de Lorena me hablaba de la joven, recordaba las palabras de una madre de la comuna 13 de Medellín, al explicar su viacrucis en la búsqueda de su hija menor desaparecida en el marco de la Operación Orión: “Yo les dije a los de los medios: ‘mi hija no está perdida, a mi hija la desaparecieron’. Esta aclaración la tenía que hacer con frecuencia. En el marco del conflicto armado las personas no se perdían, o se extraviaban como quien va camino a casa, no”.

En Colombia, a pesar de que la Constitución Política, en su artículo 12, expresa que “nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes”, este tipo de violaciones a los derechos humanos de la población civil son muy frecuentes.

La Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, en sus artículos 2 y 3, considera que la desaparición forzada es: “(...) la privación de la libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes”.

En el país, el primero de estos casos fue el de una militante de izquierda detenida por el servicio secreto de la Policía, se trató de Omaira Montoya, el 9 de septiembre de 1977. Solo hasta el año 2000, con la Ley 589, este crimen se tipificó como un delito autónomo.

Sin embargo, y pese a la tipificación, no todo está documentado, no toda la verdad se ha desenterrado y de lo poco que se conoce, las mujeres solo van quedando en el reporte como las buscadoras, las que forman colectivos para buscar a sus seres queridos.

Cuando nos movíamos por el municipio era constante un apretón de brazo por parte de María, que decía, “allá va fulana de tal, ella también busca a su hija”. Pero, y ¿dónde están? Hablar de este delito es indagar sobre el ocultamiento de la verdad de quien un día fue secuestrada, detenida o capturada, y en los Llanos, la multiplicidad de estos casos, abruma.

El testigo silencioso

Vía a Piñalito Caro

Carretera que del municipio de Vistahermosa conduce a la inspección de Piñalito. Fotografía: Carolina Tejada 

Por una carretera destapada de color zapote, rodeada de la verdecida sabana y bajo un sol picante, nos dirigimos a uno de los lugares en donde, según informaciones, estaban enterrados cuerpos de personas que habrían muerto en el marco del conflicto armado. Este sitio no había sido intervenido, como ocurrió con el de Vistahermosa, donde desenterraron, gracias al proceso que se dio luego de la Audiencia de la Macarena, a más de 70 cuerpos de NN, hombres, mujeres y niños. Se trataba del cementerio de Piñalito. No había mucha documentación del mismo, así que la tarea era conocer de primera mano la situación y lograr alguna entrevista en el lugar.

Al tiempo que avanzamos por la carretera, yo iba comentando que los informes que había revisado sobre desapariciones forzadas no daban cuenta, con rigurosidad, de los casos de mujeres. Las pocas que estaban registradas son mencionadas como “mujeres desaparecidas sin información”. “Sí, no todas cuentan con esa suerte”, exclamó con mucha seguridad María a lo que respondí con una mirada de sorpresa. “No a todas las desaparecidas las buscan”, atinó, refiriéndose a la “suerte” de Lorena.

Una garita, unas trincheras, un par de barricadas y un pare tirado en una orilla de la vía anunciaba que habíamos llegado a la base de Policía Nacional, entrada del caserío de Piñalito. No había nadie, así que pasamos, sin problema, camino al cementerio.

Al llegar encontramos una pequeña reja abierta y la mirada fija de una manada de vacas y novillos que vigilaron nuestro ingreso. Solo el sol brillaba allí, el rastrojo y las tumbas abandonadas, muchas sin ni siquiera un nombre o un número. Al fondo, a mano izquierda, una pequeña, pero visible montaña de tierra removida, con una cruz de estacas. “Aquí hay muchos NN, el problema está en saber en qué lugar exactamente los enterraron, porque muchas veces ni siquiera les ponen una cruz”, comentó María. Luego de recorrer y observar el lugar de aproximadamente media hectárea de tierra y cercado con alambre de púa del que sobresalía una maleza espesa y arbustos propios de la sabana, bajo el sol de un mediodía, salimos del sitio con más interrogantes.

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Cementerio de Piñalito. Fotografía: Carolina Tejada

“Paren allí, paren. Ahí está doña Gloria”, dijo María. Una mujer adulta, en una mesa, hacía tareas con unos niños. Nos acercamos, era una tienda esquinera al lado de la entrada del puente. Las dos mujeres se conocían, nos acercamos y de un pequeño televisor, al son de un arpa, salía la voz de Julio Miranda en Ella:

“Ella fue

la mujer que yo más quise

la que sembró sus raíces

dentro de mi corazón

pero hoy

de mi lado se ha marchado

y vivo desesperado

anhelando su regreso

y deseando su calor”.

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La Señora Gloria, habitante de Piñalito y quien ha padecido el rigor de la guerra en la región

Luego de los saludos y de comprar unas botellas con agua, le pedí el baño prestado. “Al fondo a la derecha”, me contestó la señora. Camino al baño, y en medio de la oscuridad, vi un hueco en el piso y en él una escalera que, a pesar de la poca luz, noté que bajaba hacia una habitación. El misterioso lugar me trajo a la memoria las películas de la guerra fría, en las que eran comunes los sótanos para resguardar a los judíos de los nazis.

Cuando salí no dudé en preguntar:

“¿Doña Gloria, lo que hay allí es un sótano?”

“Sí señora”, me contestó.

No había continuado con mis preguntas, cuando María atinó en decir: “es que ella es periodista y está haciendo un reportaje sobre mujeres desaparecidas”. Inmediatamente el semblante de la señora cambió, levantó la cabeza del cuaderno de tareas, me miró con reparo, en medio de un silencio que se me hizo eterno. Tomé el agua y, buscando su colaboración, le expliqué. Comprendí sus reparos sobre el papel de la prensa cubriendo temas del conflicto, pero comprendió y expresó que era “muy importante conocer la verdad sobre la desaparición de tantas mujeres”. Minutos más tarde los niños abandonaron sus tareas y con la mujer, sobre el puente que hay sobre el río Güejar, la cámara iba registrando su relato.

Señalaba las tablas de madera que colgaban de unos hierros, decía con pesar que el apogeo de la guerra inició en el año 2000. Y, ese puente había sido testigo silencioso de cuando los “grupos al margen de la ley, llegaban y ajusticiaban a la gente y la tiraban al río”, o traían los cadáveres en “bolsas, ya descuartizados, y los ponían acá mismo”. Quienes habitaban el caserío cuando podían sacaban los cadáveres del río, “lo que hacían era que, cuando los veían pasar, los sacaban en la volqueta y los enterraban acá, como NN”. Haciendo referencia al cementerio.

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Puente Homenaje a las Víctimas Heliconias de Paz, sobre el río Güejar.Fotografía: Carolina Tejada 

Recuerda que durante 2003 y 2004, por ese mismo lugar, desde su casa, vio pasar a alrededor de 1.500 personas que los actores armados llevaban por el puente. “Las víctimas iban adelante, los victimarios atrás, como arriando ganado” y de esas personas “jamás se supo. Allí iban mujeres en embarazo, mujeres de todas las edades y clase social, hasta la lideresa de la junta de acción comunal”. Blanca, se llamaba ella, de quien contó que no hubo denuncia por su desaparición, pues su familia tiene la ilusión de que va a regresar. Pero también estaba Esperanza y una muchacha “a la que le decíamos ‘la peluda’ y así como ellas, tantas más”.

Aún existe en el caserío una casa de pique abandonada. Ese era el lugar donde los grupos paramilitares que, en el 2000 se unificaron en el Bloque Centauros de las Autodefensas Unidas de Colombia, Frente Hernán Troncoso, imponían las prácticas del descuartizamiento y la desaparición forzada. Y del otro lado del puente actuaba el Bloque Oriental de las Farc-Ep. Los combates entre estos grupos y el Ejército Nacional fueron el principal motivo, cuenta doña Gloria, de la construcción de los sótanos en cada casa, era la forma que tenían las familias de resguardar sus vidas, “quien tenía el sótano, se podía salvar de las balas”.

La memoria ya no le da para recordar tantos nombres, pero: “Sobre la desaparición de las mujeres en ese momento, aún hoy en día, no se sabe nada, ni se ha confesado, ni se ha sabido la verdad de dónde están. Es muy importante, como mujeres, solicitar que se conozca la verdad”, reitera la señora Gloria y hace el llamado a que los grupos que estuvieron armados aprovechen la posibilidad que hay con el Acuerdo de Paz de contar lo que sucedió. A raíz de esa tragedia, el puente fue objeto de reparación colectiva: “Quisimos que, en homenaje a las víctimas, y en reparación simbólica, se le diera el nombre de Puente Homenaje a las Víctimas Heliconias de Paz”.

Cuando íbamos saliendo camino a Vistahermosa pregunté por qué estaba sola la base de la Policía, a lo que me respondieron, “pues porque por ahí debe estar la guerrilla”. El conductor del carro dijo, “ya es tarde, mejor nos vamos,”, y aceleró. 

¿El llano se comió a las mujeres?

¿Qué pasaba con las mujeres que también eran víctimas de la violencia? La pregunta quedó en el ambiente, tras varias travesías en la sabana llanera, a lo que Doris, la tía de Lorena respondió:

“Las mujeres nunca se llegaron a encontrar así, siempre eran hombres, porque a las mujeres que mataron o que se llevaron, nunca aparecieron”.

Semanas antes de salir de Bogotá hacia la región, había enviado varios derechos de petición a las personerías municipales de Granada, Vistahermosa, La Macarena y San José del Guaviare. Quería conocer nuevas cifras de los casos que se habían registrado por desaparición forzada desde el año 2000. Antes de regresar a Bogotá pasé por la personería de Vistahermosa buscando hablar con el Personero: “se encuentra muy ocupado”, me informó la secretaria. Días después, vía correo me notificaron: “(…) este despacho cuando se entera de estos hechos (…) realiza la toma de declaración” y una vez se recepciona “es remitida a la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (…)” y la información “recibida por la Personería Municipal tiene las restricciones de seguridad y confidencialidad”. Firmado por el Personero Municipal.

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Madre de Zuli Camelo Buzato, mujer desaparecida de la vereda Charras en San José de Guaviare.Fotografía: Carolina Tejada 

Por su parte, la Personera de San José del Guaviare, contestó que allí no reposaba ese tipo de información, sin embargo, remitió “la solicitud a la Fiscalía Seccional del Guaviare” y adjuntaron la respuesta de la entidad. El archivo Excel que me remitieron pertenecía a los casos de “Desplazamiento forzado”. Del Guaviare, entre varios casos, había conocido el de Zuli Camelo Buzato, una mujer que fue desaparecida de la vereda Charras, en el marco de un combate entre los grupos paramilitares y la guerrilla de las Farc-Ep el 18 de septiembre de 2002. Ella trabajaba en una droguería, tenía una niña de 9 años y 8 meses de embarazo. Luego del combate, nunca se supo de su paradero y de cuatro mujeres más. Su madre, doña Amparo Buzato, ha documentado su historial en “un cuaderno de la memoria” y ha hecho de detective en la búsqueda de su hija. En cinco ocasiones ha inspeccionado, en compañía de varias entidades del Estado, el lugar en donde testigos afirmaron que se encontraba los restos de su “gordita”, pero nunca los hallaron.

La nula información que me fue entregada me llevó a pensar que en estas entidades nunca habían sistematizado la información o simplemente se negaban a entregarla.

Me despedí de María en el cementerio de Vistahermosa cuando recorríamos el lugar en el que habían desenterrado más de 70 cuerpos de NN. Aún se notaban las fosas.

De regreso a Villavicencio la sensación que tenía era de incertidumbre. Muy seguramente pasamos por el sitio por donde se llevaron a Lorena, y no se sabe a cuántas mujeres más, sin registro, sin denuncia. En ‘Villavo’ busqué a Deitania, quien trabaja en el Colectivo Socio Jurídico Orlando Fals Borda, quienes se dedican a acompañar a las víctimas de desaparición forzada en la región, el “Covid-colectivo”, les decía, pues casi todo el equipo estaba saliendo de la cuarentena. Y, con la angustia que llevaba, le dije, “cuénteme algo, ustedes que llevan tantos casos de desaparición, ¿qué es lo que pasa con las mujeres, por qué casi no hay registro?” A lo que me respondió: “Por lo general solo se habla de los hombres desaparecidos. Y, sabemos que ha ocurrido una gran violencia sobre las mujeres, las mujeres son más víctimas de violencia, por el solo hecho de ser mujeres. Esto no se denuncia porque el compañero o el esposo no tiene tiempo suficiente para ir a poner una denuncia, entonces, por eso se quedan muchos casos sin denunciar”.

Cuando una mujer desaparece, reitera, “se piensa que esta se fue, entonces no se denuncia o no hay quién vaya y ponga la denuncia. Porque las mujeres son las que llevan la cabeza del hogar y, si desaparece, pues no hay quién reclame”. Ella, que ha recorrido varios municipios documentando casos, argumenta: “En la experiencia de la documentación hay muchas mujeres, que antes de la desaparición también fueron torturadas y violadas, pero en la denuncia no se menciona”. 

Deidania Perdomo Hite, integrante del Colectivo Orlando Fals Borda. Fotografía: Carolina Tejada
 

¿Quién dio la orden? 

Días antes, Doris, la tía de Lorena, me había contado que había testigos, y que a la niña le habían hecho de todo. Que se hizo una audiencia y que su hermana, la mamá de Lorena, había estado allí. Cuando llegué a Bogotá busqué a doña Cirleny Criollo, hermana de Doris. Al sur de la ciudad, en una de las tantas montañas de la capital, en una casita de las que entregan en los procesos de reparación integral a víctimas, ella me esperaba. Me invitó a pasar y sacó de un armario varias carpetas, “esta es de la otra hija”, comentó. Ya había perdido a su hija mayor en la guerra. Sacó varias denuncias que había hecho en Bogotá, y otros documentos que había traído de Villavicencio: “También tengo una agenda en donde se escribió lo que dijeron en la audiencia”, espacio que fue convocado por la Fiscalía 59 Especializada de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de Villavicencio, en el mes de julio de 2013.

“¿Se lo leo?”, me preguntó.

Le dije, “si usted quiere”.

Doña Cyrlene mamá de Lorena CARO

Cirleny Criollo, madre de Lorena. Fotografía: Carolina Tejada 

Mientras buscaba los apuntes recordaba que la niña la había llamado días antes:

“Cuando me llamó Lorena me dijo: ‘mamá, ¡yo me voy, me siento aburrida!’, yo le pregunté ¿Por qué?, y me dijo: ‘¡no, mamá, yo me voy!’, le dije ‘bueno, mejor véngase”.

“Tenga cuidado”, le dije y “que Dios me la cuide en el camino”.

Cirleny ojeó la vieja agenda, con varias anotaciones, y empezó a leer:

“Así se hizo la vuelta. Ella viajaba con Felipe para Villavicencio, en la flota La Macarena. Cuando salieron del municipio de Vistahermosa, kilómetros más adelante los bajaron a los dos. Esto fue planeado con el comandante ´Chatarro´. La orden se les dio a los cuatro, que hicieran la vuelta para desaparecerla”.

No eran guerrilleros de las Farc, eran paramilitares. Luego de un largo proceso, estos pasaron por una audiencia en la que les interrogaron por la niña. El primer paramilitar, alias “Felipe”, negó conocerla. Pero, un segundo hombre confesó y relató los detalles de cómo se “había hecho la vuelta”. A esa audiencia fue doña Cirleny, tenía miedo, así que llevaba puesta una gorra para que no la reconocieran.

De esa audiencia obtuvo el relato que había alcanzado a transcribir en su agenda. Respiraba y continuaba leyendo:

“Cuando bajaron del bus a Lorena, Víctor y yo haciéndonos pasar por Farc...”, relataba uno de los paramilitares, “otros nos esperaban, Caney estaba esperándonos por donde meteríamos a la víctima, en la trocha 22, porque todo estaba planeado hace ocho días atrás. La orden fue cumplida. Estábamos los cuatro, yo, Felipe, Víctor el Loco, Caney Arias y ´el perro Llano’, quienes portábamos armas, más no uniformes”. Volvía a respirar y seguía: “Caney y Víctor “Loco”, prestábamos guardia, mientras hacíamos la vuelta, la víctima no hablaba”, una muchacha me ayudó a copiar, decía, y continuaba: “La función de Felipe: él la mató y la degolló con una navaja; la función de Alberto Llanos “El perro” fue la de abrir el hueco para enterrarla. Le cortaron las piernas desde la ingle para no hacer el hueco tan grande”.

Según un certificado de la Fiscal 61 Especializado de UNDH-DIH, el 6 de septiembre de 2013, a Daniel Rendón Herrera, alias “Don Mario”; Manuel de Jesús Piraban, alias “Don Jorge”; Luis Alex Arango Cárdenas, alias “Chatarro”, y Alberto Antonio Llanos Serrano, alias el “Perro”, todos integrantes de las AUC, fueron condenados por un Juez de la República por los delitos de desaparición forzada y posterior homicidio de Lorena Nieto Criollo y, Juan Esteban San Martin, alias “Sergio o Pipe”, estaba a la espera de una condena.   

Cuando quisieron saber dónde estaba el cuerpo de Lorena, se armó una comisión con la Fiscalía y uno de los hombres que confesó y fue el responsable de abrir el hueco para enterrarla. La orden de matarla y desaparecer el cuerpo fue dada por los comandantes paramilitares, según indicaron los condenados. Doña Cirleny, con la misma fuerza que leyó las notas de la confesión de los paramilitares, me decía:

“Lo que yo exijo es que la busquen para darle su cristiana sepultura. Yo solo necesito que…”.

Su voz se cortó, bajó su mirada sobre los apuntes, mientras secaba sus lágrimas y comprendí que la comisión de búsqueda nunca encontró el cuerpo de Lorena, por ello la mamá decía:

Yo estoy exigiendo que encuentren el cadáver de la niña y tampoco que vayan a darme uno equivocado. Que yo le pueda dar cristiana sepultura y saber que tengo dónde ir a visitarla. Yo siempre le decía ‘¡yo nunca te voy a dejar sola, yo siempre voy a estar con ustedes hasta el fin!’”.


Producción coordinada por Consejo de Redacción en alianza con la International Media Support. Las opiniones presentadas en este artículo no reflejan la postura de ninguna de las organizaciones.

[1] El cambio de nombre de la mujer que acompaño este reportaje se hace por solicitud de la misma. Existen temores fundados sobre el riesgo que asumen las personas que denuncian casos de desaparición forzada en la región. Algunos de los grupos armados presuntamente involucrados en las desapariciones todavía actúan en la zona.

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