“Este es un proceso único e irrepetible”: la lideresa que echó raíces en el Catatumbo
Autor:
Paola Rodríguez Gáfaro
Un cabello negro azabache peinado, casi siempre, con un par de trenzas que caen sobre sus hombros enmarcan la mirada fija de Katerin Avella, una de las lideresas del AETCR de Caño Indio, en el Catatumbo.
Su tez tostada y sonrisa generosa revelan unos aires caribeños que escasean en los húmedos y calurosos lares nortesantandereanos. Su voz es fina, su acento bastante neutro y su elocuencia se distingue por lo pausada. Estas virtudes resultan cónsonas con la paz que hoy defiende y vive dentro de su proceso de reincorporación, tras la dejación de armas producto del acuerdo firmado en 2016 entre el Gobierno y la —en buena parte— extinta guerrilla de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
Vale aclarar que Katerin Avella es el nombre que decidió conservar desde que entró al movimiento armado. “El verdadero lo dejo solo para mi familia y los documentos”, cuenta. Pero si bien reserva los antecedentes de su ascendencia y terruño, sí comparte mucho de su vida por estos días y lo narra en clave de paz, de reconciliación. Esto es lo que ve y siente.
Sobrevivir más allá de la poca luz de la selva
Kate, como le gusta que le digan, defiende su relación con la naturaleza como una forma esencial de vida. Asume su condición de “ser vivo” en paralelo con la tierra y llama a la interconexión con cada uno de sus elementos vitales. “Todos hacemos parte de este sistema y somos uno, somos el universo, todos dependemos de todo”.
De aquí, enarbola un principio: “Si yo no me siento por encima de otro, no me siento superior a una planta, a una gallina o a las palomas que tengo, sino que los veo como mis iguales, como seres vivos, entonces eso me genera a mí paz y, con esa paz, puedes tejer más con los seres humanos”.
Incluso, nociones como la libertad representan para ella significados más mentales y espirituales que netamente físicos. Recuerda sus experiencias dentro de una prisión, al decir, “yo sé lo que es tener el cuerpo tras las rejas, pero eso no impedía tener momentos de mucha tranquilidad, de felicidad, en medio de todo”.
“Cuando uno está en la inminencia de la muerte, todo lo que está a tu alrededor, tú lo sientes. Un compañero podía salvar la vida si uno le daba la mano y la de uno se podía salvar si él le daba la mano”, siente Kate.
Y en esa medida, justifica que incluso en medio de la guerra, mientras formaba parte de las Farc, también tenía paz. “Era nuestra espiritualidad”, asegura mientras habla de solidaridad y fraternidad como pilares relacionales, especialmente por la sensibilidad que desataba la constante vulnerabilidad de aquellos momentos.
La montaña sola no salva, la gente sí
Tanto en plena guerra como ahora en el proceso de reincorporación, para Kate la ecuación de la fórmula de la paz solo se completa en conexión con la gente. Este concepto se redimensiona en el intercambio con las comunidades, “nos debemos a toda esta población que es con la que siempre hemos vivido y por la cual nosotros sobrevivimos”.
Por más espeso que fuese el verde que los arropaba, Kate cree que solo podía aferrarse a los hilos de los tejidos sociales para sentirse totalmente protegida y apoyada. Muchas veces, acciones tan simples como un vaso de agua o tan complejas como la atención a un herido, solo podían ser posibles gracias a las comunidades que los rodeaban.
“En definitiva, las montañas solas no nos protegían, sino las comunidades, nosotros sobrevivimos y hoy día también tenemos ese tejido”.
La paz también es autonomía
Ese ser relacional que trasciende el alma de Kate sigue dando frutos después de la guerra que decidió dejar atrás. Así, cuenta sobre el taller de costura que se constituye como un proyecto productivo que aglomera tanto a mujeres reincorporadas como a algunas oriundas de la comunidad de Caño Indio, en Tibú, Norte de Santander.
El trasfondo del taller está conectado con la autonomía que Kate cree que las mujeres necesitan, no reducida a lo económico, sino como la capacidad de decidir en pleno sobre su cuerpo, su vida y el poder ser como quieran ser. Otro de los vértices de su trabajo de liderazgo femenino es la prevención de las violencias basadas en género y en este campo sigue reivindicando esa autonomía.
Puntadas por la paz es el nombre del taller que ya arrancó con su primer desfile de faldas, la línea inaugural de la marca Ixora que ellas mismas crearon.
“Que la mujer se empodere tanto de lo que es como ser humano, como mujer, que ella pueda decidir en su vida, en su cuerpo, decidir en sus cosas, esos son en gran parte mis sueños. Y no solamente con las de reincorporación, sino con las de aquí de la comunidad, que son muy sujetas a las decisiones del compañero y que no se atreven ni a vender un pollo si el marido no dice cuánto cuesta, cuando es ella quién lo cría”, expresa Kate.
La mujer guerrillera versus la mujer reincorporada
Kate formó parte de las Farc desde que era muy joven hasta que dejó las armas en medio del proceso de paz. Hoy tiene 62 años. Es mucha la experiencia acumulada en primera persona para poder ofrecer un perfil fidedigno, capaz de dar cuenta del significado de ser mujer guerrillera en batalla y del valor de asumir la vida civil después de dejar la guerra atrás.
Dice que en la montaña no usaban excusas por el hecho de ser mujeres, a la hora de cumplir cualquier tarea; que siempre tuvieron los mismos derechos y que no había distinciones de género cuando se designaban funciones tanto de cocina como de combate, por ejemplo. Sin embargo, fue un proceso evolutivo impulsado por ellas mismas para consolidar sus roles igualitarios.
Sin embargo, ahora que no están dentro de la guerrilla “ha habido algunos matices” dentro de los papeles que desempeñan las mujeres. Un tono nuevo lo definen las que no tuvieron hijos mientras combatían y ahora sí los tienen. “No son todas, algunas han querido asumir el papel tradicional”, dedicándose a labores de cuidado de los niños, de la casa, de los animales, “y el hombre es el que sale a la vida pública, a trabajar y se convierte en el proveedor”, explica Kate.
Los ideales de antes, las misiones de ahora
La decisión que llevó a Kate a ingresar en las filas de las Farc fue motivada por razones políticas y, en parte, también económicas. El hecho de pertenecer a la Unión Patriótica y al Consejo Superior Universitario del campus donde estudiaba provocó que fuese perseguida. “Llegó el momento en que el cerco se fue estrechando”.
Kate llegó a la guerrilla con ideales basados “en la construcción de un país digno, justo, equitativo”. En estos momentos, se asume “empeñada en la misma lucha, de otra forma, pero en el mismo camino”, aludiendo a su proceso de reincorporación.
En medio de la guerra, Kate era clave en labores de comunicaciones, especialmente organizacionales, dada su capacidad persuasiva y sus dones para las relaciones sociales, “tenía como esa facilidad de llegarle a la gente”.
Sin embargo, sus ojos empiezan a brillar más, conforme habla de sus funciones como educadora de sus compañeros. Pareciera aflorar la sensibilidad de una vocación magistral soterrada.
Describe como una experiencia “mágica” la oportunidad de abrir “el mundo y la vida” a sus compañeros de montaña, a través de la posibilidad de leer y escribir. Se conmueve hasta la nostalgia de las lágrimas porque no lo ha hecho nuevamente.
Hoy, persiste en esas mismas funciones, ya convertidas en pasiones que motorizan su vida. Además, las ha venido potenciando en su trabajo como enlace del Partido Comunes con la Comisión de la Verdad, donde le ha tocado conocer muchos testimonios de compañeros que antes ignoraba en medio de aquella vida secreta que le imponía ser parte de las Farc.
La vida en Caño Indio, una nueva historia en el Catatumbo
“Nosotros no teníamos tiempo de ocio, sino cambio de actividad”, recuerda Kate a la hora de explicar las dinámicas de su historia como combatiente. Por eso, al entregar las armas y establecerse en Caño Indio, todo cambió. Ella cree que la reincorporación también es para reencontrarse con las familias y buscar emprender proyectos de vida, tal como muchos lo han hecho. Por ejemplo, ella quiere seguir viviendo allí.
“Yo me he quedado porque este es un proceso único e irrepetible, yo quiero vivir este proceso. Si duré tantos años en la guerrilla, quiero seguir viviendo este proceso. Además, porque me gusta la naturaleza, quiero seguir viviendo en el monte, no me atrae para nada la ciudad. Me siento bien aquí”.
De hecho, Kate destaca el gusto por la carranga y el fútbol como espacios de encuentro recreativo entre los reincorporados y las comunidades aledañas. Recuerda algunas misas de bautizo recientes en las que supo que también comparten el padrinazgo de muchos niños.
Crecer mientras se camina hacia la paz
La educación formal no era una opción factible para los combatientes rasos de las Farc, por eso es un eslabón del proceso de reincorporación social dentro de los acuerdos, según Kate. Pero sí contaban con muchos saberes. De este modo, dentro del AETCR Caño Indio, existe la posibilidad de estudiar bachillerato y también de homologar saberes en áreas profesionales a las que se quiera acceder. Es un sistema abierto a toda la comunidad, se estudia por niveles.
“Por ejemplo, había excombatientes que ejercían labores odontológicas o de enfermería dentro de la guerra y hoy día se han homologado a través de la Cruz Roja, a través del SENA esos saberes y les han dado su título como tecnólogos en algunas áreas”, cuenta Kate contenta.
Sobre los acuerdos
Kate plantea que el acuerdo de paz se propuso para el bien de todos los colombianos. Especifica que solo el punto tres sería “el más estrictamente concerniente a nosotros”, porque “habla del fin del conflicto y está nuestra reincorporación política, económica, social y todas estas cosas”. Considera que este acuerdo es un instrumento para que los colombianos se apoderen de él y luchen en consecuencia.
“Nosotros, o por lo menos yo, estoy segura, que eso no era firmar los acuerdos y que por decreto al día siguiente el país ya iba a estar diferente. No. De pronto no es la panacea, pero sí sería fundamental que todo lo que esté allí lo lográramos conseguir, porque nos daría unas condiciones de vida muchísimo mejores en Colombia”.
Cuando se le pregunta si para ella valió la pena dejar atrás las armas, afirma que sí, y se apresura a esgrimir su razón de mayor valía: “La guerra no es buena para absolutamente nadie”.
Katerin Avella, una de las lideresas del AETCR de Caño Indio, en el Catatumbo.
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