La Peña del Maidel, un abismo de dolor en Nariño

Se trata del primer sitio declarado camposanto en este departamento del sur del país. Se presume que grupos paramilitares arrojaron allí decenas de víctimas. Dos mujeres relatan el dolor que les genera la imposibilidad de encontrar los restos de sus familiares en aquel lugar y el olvido en el que se encuentran.

Heridas que transforman: relatos de mujeres que resisten

La Peña del Maidel, un abismo de dolor en Nariño

Autor:

Nataly Bastidas - Editada por: Juan Diego Restrepo 

Mayo 04 de 2023

Con la mirada perdida y el dolor intacto en su corazón, Martha Caicedo recuerda su relación con la Peña del Maidel, el primer camposanto declarado en Nariño: “Me arrancaron a mi hijo. Con tan solo dos años, sufrió el dolor de la guerra: lo golpearon, torturaron y tiraron al fondo de ese abismo, donde yo ya había visto caer a otros. Al fondo de esa peña manchada de sangre, su pequeño cuerpo, de pronto aún con vida, fue a dar”.

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Martha Caicedo, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.

 

El drama de Martha es también el de cientos de familias de víctimas de desaparición forzada en este departamento del sur del país. La Fiscalía General de la Nación estableció que cerca de 240 personas fueron lanzadas por paramilitares a comienzos de la década de los dos mil a ese despeñadero, situado a cuatro kilómetros del corregimiento de Junín, en el municipio de Barbacoas, sobre la carretera que une a las ciudades de Pasto y Tumaco.

Según los indígenas awá que habitan en esta zona, la Peña habla en honor de todas las personas que acabaron allí, sin una cristiana sepultura. Ellos escuchaban a los espíritus hablar, llorar, gritar y pedir auxilio. Así, la bautizaron Maidel, por el sufrimiento que se vivía y se sentía en ese lugar.

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Homenaje a las víctimas de desaparición, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.

 

Antes de perder a su hijo, Martha ya odiaba ese sitio, pues estaba cargado del mayor sufrimiento y a la vez de maldad. Era el escenario en el que, según ella, paramilitares del Bloque Libertadores del Sur de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), sin escrúpulo ni compasión alguna, se deshacían de sus víctimas: a veces las mataban antes y arrojaban los cuerpos como basura; en otras, las sentaban en una silla al borde del abismo y con un disparo las mataban y a la vez las lanzaban; y en ocasiones, jugaban a torturarlas antes de su destino final. 

En enero de 2003, Martha había llegado con su familia a la vereda Piedra Verde, del corregimiento de Junín, con toda la ilusión de dejar atrás su pasado y huyendo de la violencia que se vivía en la cordillera nariñense.

Allí continuó su trabajo comunitario y se dedicó a la docencia, le encantaba poder enseñarles a leer y escribir a niñas y niños indígenas del pueblo awá que habitan en esta zona. En medio de cantos, juegos, cartillas y colores, creaban su propio mundo. Varias veces fue interrumpida por paramilitares que llegaban a sacar a sus estudiantes para llevarlos hasta la Peña del Maidel y obligarlos a mirar cómo morían sus padres y eran arrojados a ese abismo. 

Ese sector era conocido como ‘el cementerio de los paramilitares’. En la región todos sabían lo que ellos hacían, pero nadie hablaba, ni mucho menos intervenía. 

Martha sentía que la angustia la visitaba de nuevo y le desgarraba el alma, le recordaba que la guerra le seguía los pasos y presentía que lo peor estaba aún por venir. 

Amor y dolor

Conoció a Fernando hace tres décadas, cuando ella apenas tenía 17 años de edad. En ese entonces, ya vivía su primera gran tragedia: sus padres habían muerto y se sentía desprotegida. El hombre, conocido como ‘el Caqueteño’, llegó para llenarla de amor, protegerla, cuidarla y emprender un camino juntos. 

Corrían los primeros meses de 2002 cuando viajaron desde el Caquetá hacia la cordillera nariñense; sin embargo, la tranquilidad duró poco, pues la guerra comenzó a sentirse más fuerte en este lugar. 

Así que en enero de 2003 salen desplazados por el corredor entre Cauca y Nariño, y llegan buscando una nueva vida a la vereda Piedra Verde en Junín, Barbacoas; para esa época tenían una hija, Lizeth Nataly, y un hijo, Juan Manuel. Martha, cumpliendo su vocación, se dedicó al servicio social, cuidaba a los hijos de los campesinos y les enseñaba, mientras Fernando trabajaba en el campo.

El terrible 10 de junio de 2004, una pesadilla se hizo realidad: le arrebataron de sus manos a Juan Manuel para tirarlo a ese abismo. Su corazón se partió para siempre. Parecía que sus cuidados habían sido en vano, odiaba que las fuerzas con las que intentó agarrar al pequeño no hubieran sido las suficientes para salvarle la vida. 

El niño, de dos años de edad, fue a dar a ese lugar adonde ella muchas veces había visto caer a los demás, al fondo de un abismo que para las víctimas alberga miles de personas, muchas de ellas desmembradas, torturadas o ejecutadas con tiros de gracia. Sin embargo, y sin saberlo, Dios o la vida le estaban regalando un nuevo hijo, pues para esa fecha en su vientre ya se estaba formando un bebé.  

La pesadilla tendría otro doloroso capítulo casi dos años después. El 15 de diciembre de 2004, Fernando salió de la casa y nunca más regresó. Solo los rumores de que se lo habían llevado unos hombres que tocaron su puerta, esa misma por la que entraron paramilitares a la fuerza, la golpearon, y aun cuando tenía seis meses de gestación, la violaron, la torturaron y la dejaron moribunda en el suelo, con la cara destrozada, el cuerpo ensangrentado y el corazón partido. 

Durante los tres meses que ella estuvo en coma, el niño siguió creciendo en su vientre, aun después de que los paramilitares intentaron abrirla y sacárselo. Pero el bebé se aferró y el 13 de marzo de 2005, Abraham Fernando, al nacer, le devolvió la vida a su madre. 

Aunque las heridas físicas sanaron después de mucho tiempo y varias cirugías, las del alma siguen sangrando, tal vez tan abundantemente como el primer día. 

Su motivación, apenas se recuperó, fue hallar a su esposo, pues necesitaba volver a encontrar en sus brazos la protección y el amor que se habían perdido. 

Los rumores le decían que al ‘Caqueteño’ lo habían tirado en Junín, en el Maidel, y si eso es cierto, por irónico que parezca el destino, Fernando fue a caer al lado de su hijo. 

Desde aquellos días comenzó su lucha y se convirtió en una mujer buscadora, que gritaba su nombre, caminaba, preguntaba, exigía respuestas sobre dónde estaría su amor perdido. Así se convirtió en la líder de lo que hoy es la Asociación de Víctimas Construyendo País de Ipiales (Asovicompi). Allí conoció a Liliana, quien se convirtió en su amiga, su cuidadora, su mano de fortaleza para la búsqueda que no ha tenido fin. 

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Martha Caicedo, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.

 

Las angustias de Liliana

Liliana Vallejo abraza con fuerza un retrato, mira hacia el cielo con sus hermosos ojos claros, suelta una lágrima, respira e inicia su relato: “Mi desaparecido es Carlos Alberto Quiroz…”. 

Ella salió huyendo de Ipiales por el conflicto armado en 1988 hacia el vecino país de Ecuador. Allá hizo su vida durante 15 años y tuvo dos hijos. En abril de 2003 volvió a Colombia porque extrañaba su tierra y pensó que la guerra había acabado. Se dedicaba a vender maní en los buses. Tenía una vida tranquila, sin lujos ni comodidades, pero en paz. 

El 15 de junio del año 2005 regresaba a su casa cargada con una arroba de maní, caminando por las calles de Ipiales, pensando quizás en los sueños aún por cumplir. De repente, escuchó que gritaron su nombre, pero al voltear a mirar, sintió que unos hombres la tomaron por la fuerza y la doparon, la subieron a un carro, le cubrieron la cabeza e iniciaron un recorrido hacia lo desconocido. 

Después de un tiempo imposible de estimar, ella despertó en una casa abandonada en el campo. Rodeada de humedad y angustia, inició su calvario. Comenzaron a entrar tipos armados para maltratarla y violarla, horror que tuvo que padecer durante una semana.

Sus hijos, que habían intentado buscarla sin éxito alguno, de pronto la vieron llegar a casa con la mirada perdida, las lágrimas secas y el cuerpo maltratado, pero con la fortaleza mental para enviarlos a donde su padre para que no sufrieran, o tal vez para que no la vieran sufrir. 

Su refugio fue el alcohol, el amigo perfecto con el que intentaba ocultar sus penas, con el que pretendía olvidar lo sucedido y, sobre todo, el mensaje con el que la enviaron y por eso la dejaron viva: “Dígale al Cucho lo bien que la pasó”.  Al parecer, se trataba de una retaliación por problemas en los que se había metido su hermano. 

Con sus hijos de nuevo en casa, después de un mes de separación, y sabiendo que tenía que mantenerlos, regresó a trabajar, pero sabía que su corazón estaba tocando fondo y que su cuerpo aún gritaba dolor. 

En medio de ese caos apareció Carlos, quien intentaba cuidarla y saber qué le había pasado para que ahora estuviera con el alma tan triste. En este hombre, Liliana encontró las palabras de aliento, la fuerza y la ayuda que no pensó necesitar. 

Un día, el dolor físico, al que no le prestaba atención, cobró factura y ante una hemorragia incontrolable, Carlos la llevó al hospital. Con el pasar de las horas un médico salió y lo abrazó, felicitándolo porque iba a ser papá. Liliana tenía 10 semanas de embarazo. La desgracia todavía seguía trayendo consecuencias. Sus hijos se fueron, enviados nuevamente donde el papá durante un año, porque tal vez no comprendían el dolor, la tristeza, el embarazo y el caos de la nueva vida. 

A partir de esa noticia, Carlos no se le despegó ni un segundo; sabía que el hijo no era de él, pero lo amó desde ese instante. Liliana no dudó ni un minuto en tenerlo, pues consideraba que ese niño venía con un propósito para su vida. Y por eso aceptó todos los cuidados de Carlos, hasta que de esa amistad nació un romance y él se fue a vivir con ella con el propósito de cuidarla. 

Él era comerciante, vendía ropa interior, correas y prendas de vestir, lo que le generaba el sustento necesario para sostener y cuidar a su nueva familia. Pero la tragedia regresó de nuevo.

El 28 de septiembre de 2008, unos hombres ingresaron a su casa en busca de Carlos. Liliana no olvida el estruendo de la voz y el acento paisa que aún le retumba en la cabeza. Simplemente se lo llevaron, sin explicar el porqué ni para dónde. Le estaban arrebatando lo único estable y bonito que ella había tenido en su vida.  

Al parecer, los paramilitares se lo llevaron porque le habían pedido transportar, ocultas en su mercancía, drogas ilícitas desde el departamento del Cauca. Carlos no aceptó porque quería mantenerse lejos de la guerra. Esa decisión marcó su desgracia. 

Ese día, la violencia causó una herida profunda en el corazón de Liliana, pero ella no se amilanó y se convirtió en una más de las buscadoras nariñenses, quienes, con fotografías en la mano, gritaban para saber el paradero de sus seres queridos. 

Sin que sea un dato confirmado, a Liliana le aseguran que Carlos fue llevado al abismo del Maidel, porque los paramilitares no lo dejaron por la vía, ni tampoco ha podido encontrarlo después de muchos intentos. 

Quizá lo hayan arrojado a ese lugar o tal vez no, por eso Liliana no tiene dónde llorarlo, dejarle una vela, una flor o una lágrima, pero cree que sus restos podrían estar en ese sitio. No obstante, todos los días continúa buscando a Carlos, el hombre de su vida, su amor, compañero y amigo. 

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Liliana Vallejo, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.


Declaración del camposanto 

Desde 2016, la Mesa Departamental de Desaparición de Nariño incluyó en sus planes trabajar por las personas desaparecidas en la Peña del Maidel. En este espacio tienen asiento entidades como la Gobernación de Nariño, a través de la Subsecretaría de Paz y Derechos Humanos; la Seccional de Fiscalía Nariño; la Defensoría del Pueblo; el Instituto Nacional de Medicina Legal; la Policía Nacional; y la Unidad para las Víctimas, así como diversas organizaciones de víctimas, que cuentan con el apoyo de instituciones invitadas como el Comité Internacional de la Cruz Roja, el Colectivo Orlando Fals Borda y la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas.

Martha Ceballos, líder social de Nariño, se acuerda con orgullo y algo de nostalgia de esas labores realizadas: “En esa época yo era funcionaria del equipo de víctimas de la Gobernación de Nariño. Nuestra misión fue trabajar en este tema, sabíamos que era muy doloroso que el capítulo de la Peña del Maidel no tuviera una intervención y por eso lo implementamos como un proceso en el plan de acción, para así tener unos objetivos claros”.

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Homenaje a las víctimas de desaparición, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.

 

De esa manera, por medio del esfuerzo y la dedicación de las instituciones que apostaban a hacer algo por este lugar, y con el apoyo y los recursos de la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo por medio del Proyecto Cataluña, lograron organizar tres intervenciones en esta zona. 

En octubre del año 2020 realizaron una intervención bajo el liderazgo del Cuerpo de Bomberos, la Defensa Civil y la Fiscalía General de la Nación, representada en el fiscal Héctor Fabio Valencia, un hombre que, para las líderes y víctimas, ha entendido su dolor y sin descanso ha hecho lo que ha estado en sus manos para ayudarles a cerrar su ciclo. Junto a algunos funcionarios y hasta víctimas, lograron bajar al fondo del abismo para tratar de encontrar rastros, pero sobre todo respuestas. 

La desilusión fue mayor al saber que por la complejidad boscosa de la zona, por el tiempo pasado, por las quemas del oleoducto que pasa por ese lugar y por la cantidad de basura arrojada, ya no había nada. Según la Fiscalía, ya no se podía hacer una intervención a mayor profundidad, por lo tanto, era imposible rescatar los restos de sus seres queridos. 

Según Marcela Riascos, líder de la Asociación del Desarrollo Integral para Víctimas (ADIV), quien participó y lideró esta intervención, en el abismo no quedan huellas ni rastros, solo hay mucha vegetación y basura. El paso del tiempo se llevó a sus seres queridos y borró la posibilidad de hallar sus cuerpos. 

Pero esas noticias no frenaron los procesos de búsqueda que promovía la Mesa Departamental de Desaparición. Así lo recuerda José Amílcar Pantoja, quien se desempeñó como Subsecretario Departamental de Paz y Derechos Humanos entre los años 2020 y 2022: “Después de revisar el proceso de apoyo que hizo el Gobierno catalán al proyecto de reparación para las víctimas, existía la motivación para que en la zona del Maidel se elevara un escenario, o un elemento conmemorativo para las más de 200 víctimas que fueron arrojadas a este lugar”.

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Homenaje a las víctimas de desaparición, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.

 

Durante el año 2021 avanzaron los trámites y desde la Subsecretaría departamental de Paz y Derechos Humanos se coordinó con la Diócesis de Tumaco para emitir el decreto de la declaración del camposanto de la Peña del Maidel. 

Así, el 4 de febrero de 2022, mediante un ritual de armonización indígena realizado por el pueblo awá, y en un acto litúrgico, monseñor Orlando Olave Villanova, obispo de la Diócesis de Tumaco, en medio de un acto simbólico leyó el decreto que declaraba este lugar como camposanto.

En su intervención, el prelado resaltó la importancia del sitio: “Este es un lugar de paz para las víctimas. Toda mi admiración para ellas, quienes a pesar del gran dolor que puede simbolizar este proceso hoy están aquí, cerrando ciclos y apostándole a lo que tanto necesita este país, la reconciliación y el perdón”.

Para Ceballos, quien en la actualidad trabaja en la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), esta declaratoria de camposanto fue un gran avance: “Aprendimos de aspectos técnicos, de cómo funcionan estos procesos, pero sobre todo avanzamos en temas de memoria, de poder dejar algo que posteriormente cuente la historia de todo lo que allí pasó”.

Riascos, de la asociación de víctimas ADIV, consideró que la declaración del camposanto fue la posibilidad de que las víctimas tuvieran un lugar dónde llorar, “pensar que hay algo visible que representa que sus familiares están allí”.

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Homenaje a las víctimas de desaparición, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.

 

Por su parte, William Pinzón Fernández, exdirector territorial de la Unidad para las Víctimas en Nariño, destacó la importancia de este tipo de avances: “Ese día fue especial para las víctimas, pues para ellas, era el logro tras bastantes días y años de lucha, era la sensación de haber ganado algo, un lugar donde llorar, algo visible con lo que muchas cerraban su ciclo de dolor. Desde la institución apoyamos esos procesos de reparación psicosocial y simbólica”.

Víctimas, en el olvido

En Nariño hay 11 organizaciones de víctimas de desaparición forzada que se caracterizan por la fuerza de sus integrantes, porque a pesar de que cada una de sus líderes e integrantes tienen historias desgarradoras por contar, se mantienen firmes gestionando, tocando puertas, gritando que existen y que su dolor es real, que sus seres queridos aún están desaparecidos. 

Sin embargo, para Liliana y Martha, esta declaratoria de camposanto de la Peña del Maidel si bien se logró gracias al apoyo de muchas personas e instituciones, no resume el daño ni el sufrimiento de sus familiares, ni visibiliza el dolor de las víctimas, porque para ellas, solo fue un paso más sin tener certezas. 

Para ambas mujeres, el tema ya pasó: se realizó la declaratoria, las organizaciones de víctimas le apostaron a este proceso, pero las entidades se tomaron fotos y las víctimas quedaron en el olvido. 

Ha pasado un año desde aquel evento y para ellas, si en la época de dolor de 2004 a 2008 nadie hizo nada por miedo, complicidad o simple negligencia, ahora tampoco es diferente, sienten que a nadie le importa ni le interesa hablar sobre ese lugar al borde de la carretera. 

De acuerdo con Martha y Liliana, nadie quiere profundizar sobre qué pasó, por qué pasó y qué sigue para esas familias que se sienten incompletas, para esas madres, hermanas y esposas que no han cerrado su ciclo de dolor y ausencia.  

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Martha Caicedo, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.


Ceballos, de la UBPD, dijo que lo ideal sería encontrar los restos. Al respecto, Riascos destacó que la lucha continúa y que se deben seguir tocando puertas, gestionando y generando espacios simbólicos, de memoria, que le cuenten a la sociedad sus historias.

Para Liliana, pocos se han unido gritando con dolor ¿dónde están sus desaparecidos? Muy pocos han preguntado sobre el papel e intervención de las entidades del Estado en este lugar. Pocos, aparte de ellas, creen que, por rescatar un montón de huesos, vale la pena apostar la vida.

Mientras el abismo del Maidel se va perdiendo en el olvido, ellas continúan gritando “¿Dónde están nuestros desaparecidos? Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Y lanzan una frase certera: “Mientras ustedes cierran los ojos y olvidan, nosotros cerramos los ojos y los recordamos”.

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Homenaje a las víctimas de desaparición, mirador Iglesia de Las Lajas, Ipiales Nariño, 10 de diciembre de 2022. Fotografía tomada por: Nataly Bastidas.

 

Esta historia fue elaborada con el apoyo de Consejo de Redacción (CdR) y del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), en el marco de la edición 2022 del curso virtual 'Conflicto, violencia y DIH en Colombia: herramientas para periodistas'. Este texto es de exclusiva responsabilidad de su autor y no expresan necesariamente el pensamiento ni la posición de CdR ni de CICR.

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