Los sueños de Milagros y la educación como camino de integración entre Colombia y Venezuela

Milagros es una estudiante venezolana de sexto grado en Pamplona, Norte de Santander. Su caso es el de cientos de niños y niñas que desde la escuela en Colombia extrañan a sus familiares y a su país, en medio de las dificultades propias de iniciar una nueva vida en un territorio desconocido.

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Los sueños de Milagros y la educación como camino de integración entre Colombia y Venezuela

Autor:

Tatiana Barajas Flórez

Junio 15 de 2023

A sus 4 años, Milagros escuchó por primera vez cómo se apagaba la vida de su madre. Recuerda que fue a visitarla cuando estaba internada en el cuarto de un hospital de Mérida, Venezuela, después de haber sufrido una recaída en medio de un duro tratamiento para tratar un cáncer de cuello uterino. Milagros se acercó y le susurró al oído que se levantara, que se despertara. Al ver que no abría los ojos, le dijo con fuerza:

“Mami, sé que vamos a volver a jugar. Despierte, mamita”.

En ese momento escuchó el sonido emitido por una máquina que estaba junto a la cama de su mamá, anunciando que ella jamás volvería a contarle las historias y a jugar adivinanzas como lo hacía cada noche.

El día del entierro, Milagros relata que sintió un dolor que jamás había experimentado, su corazón ya no soportaba más, se hundió en el llanto, se lanzó al féretro, gritó. La vida de Milagros después de ese suceso se tiñó de dos colores: morado y negro, como los tonos del marco que protege la fotografía de su madre. El negro para ella simboliza el dolor y la tristeza; el morado, la emoción y la alegría.

Sus ojos color chocolate parecen buscar en el horizonte aquellos recuerdos incrustados en su memoria. Después de un silencio visitado por la tristeza, Milagros, ahora de 12 años, sonríe y cuenta que “mi mamá se parece mucho a una de mis hermanas, tenía el cabello churco, un poquito gordita, recuerdo que me alzaba y me llenaba de besos”. Es imposible no permitir que la visiten las lágrimas.

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Dibujos realizados en los talleres sobre educación, futuro, sueños y Venezuela, con estudiantes del grado sexto del Colegio Galán de Pamplona y la Fundación Rohi.


La migración en Pamplona

Pamplona es uno de los 40 municipios de Norte de Santander y se ubica a 75 kilómetros de la capital del departamento, con un clima entre los 4 y los 18 grados centígrados. Cuenta con una población de más de 57.000 habitantes, según el Dane. La ciudad fundadora de ciudades, como es conocida, tiene una vasta y rica historia en temas de educación.

A mediados del siglo XX, Pamplona tenía más de 25 instituciones educativas, las cuales eran dirigidas en su mayoría por laicos, curas y monjas. Entre 1960 y 1970, Pamplona albergó entre 4.500 y 5.000 estudiantes del vecino país por año. Tenía para ese entonces las mejores instalaciones educativas de la frontera (1). Debido a la crisis económica en Venezuela, muchos internados y colegios cerraron.

Desde que comenzó la migración venezolana, Pamplona se convirtió en un territorio receptor y de tránsito obligatorio de población venezolana que quería llegar a otras ciudades de Colombia. De acuerdo con el Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, en los últimos ocho años, siete millones de personas salieron de Venezuela. En medio del desafío que implica emigrar de su país de origen, muchos decidieron asentarse en esta localidad nortesantandereana.

Actualmente, en Pamplona residen 4.397 migrantes venezolanos, según cifras de Migración Colombia al corte de 2022. Tan solo 2.938 de estos venezolanos cuentan con el PPT (Permiso por Protección Temporal), un registro del Observatorio Nacional de Migración y Salud.

Según indica el Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, el 40 % de la migración venezolana está en Colombia y el 5 % de la población colombiana es venezolana. Una realidad que permite divisar que las fronteras entre estos dos países han sido, sobre todo, mentales.

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Dibujos realizados en los talleres sobre educación, futuro, sueños y Venezuela, con estudiantes del grado sexto del Colegio Galán de Pamplona y la Fundación Rohi.

 
La situación de las personas migrantes menores de 18 años

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Dibujos realizados en los talleres sobre educación, futuro, sueños y Venezuela, con estudiantes del grado sexto del Colegio Galán de Pamplona y la Fundación Rohi.


De acuerdo con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), de 2015 a 2022 un total de 96 menores venezolanos que viven en Pamplona sufrieron algún tipo de violencia y vulneraciones a sus derechos humanos. Esta cifra sale del número de Ingresos a Procesos Administrativos de Restablecimiento de Derechos a esta población.

Carlos Muñoz, asesor de educación municipal de Pamplona, explica que para 2022 se tuvo un registro de 806 niños, niñas y adolescentes migrantes venezolanos estudiando en alguna institución educativa de la ciudad; sin embargo, para 2023 solo van matriculados 726 niños migrantes venezolanos, 17 de ellos en condición de discapacidad.

“Nosotros durante estos últimos años hemos atendido los requerimientos de la comunidad migrante, ampliando la cobertura para que los niños y niñas migrantes venezolanos con vocación de permanencia en nuestra ciudad puedan acceder al PAE, Programa de Alimentación Escolar, asimismo, al transporte escolar”, dice Muñoz.

Carlin Torre Alba es una joven madre de 27 años del estado Lara, Venezuela, que vive en Pamplona hace cuatro años. Dice que una de sus metas al llegar a Colombia fue buscar una mejor vida: “Llegué sola, después llegaron mis tres hijos, solo dos de ellos están estudiando, ha sido una situación muy difícil, no conocía a nadie ni a nada, pero como pude hice el trámite para que ellos estudiaran en la escuela del barrio; sin embargo, no ha sido sencillo costear los útiles, me gasté 300.000 pesos en solo uno de los uniformes de mis hijos, sin contar las medias mañanas, ellos no están incluidos en el PAE (Programa de Alimentación Escolar) y algunos días van sin qué comer al descanso, porque no tengo qué darles”.

Torre Alba vive con sus tres hijos y su pareja en un cambuche que no supera los 15 metros cuadrados. Su hija mayor no ha podido estudiar.  Cuando Carlin solicitó un cupo para su hija, el rector le negó dicha petición alegando que la niña tenía una edad avanzada para entrar a cursar cuarto grado de primaria. De esto tiene conocimiento el ICBF, pero Torre Alba asegura que dicha institución no se volvió a comunicar con ella.

El proceso de matrícula de un niño o niña migrante venezolana con vocación de permanencia, explica el asesor de educación de Pamplona, es el siguiente: “Los padres de familia deben presentar una serie de documentos como es el PPT, el certificado de estudios del niño, en caso de no presentarlo, el rector de la institución les da tiempo para adelantar el trámite; sin embargo, tenemos conocimiento de que ha sido difícil adquirir el certificado de estudios, por eso, los niños deben presentar una prueba de admisión que nos permite evaluar sus conocimientos y, según esto, asignarle un grado”.

Al respecto, algunas madres venezolanas residentes en Pamplona expresan que las pruebas de admisión que deben presentar los niños y las niñas para saber qué grado van a cursar son discriminatorias, pues les preguntan sobre historia de Colombia y los niños responden a esta pregunta escribiendo sobre su país de origen. Por tal motivo, muchas de ellas deben recurrir a organizaciones sociales que presten servicios de asesorías de tareas y que les puedan ayudar de manera gratuita a prepararse para presentar la prueba de admisión en las instituciones educativas.

On The Ground es una organización social de carácter internacional, que hace presencia en Pamplona desde 2019, brindando asistencia humanitaria y escolar a población migrante venezolana con vocación de permanencia y caminantes. Michael Terán, voluntario de la organización, afirma: “Nuestra organización ha podido brindarles a los niños y a las niñas migrantes venezolanos residentes en Pamplona apoyo en la asesoría de tareas, así como clases individuales de matemáticas, inglés y lengua castellana, donde presentan más falencias, esto para que puedan presentar la prueba de admisión en las escuelas o colegios donde van a estudiar”.

Educación para población migrante en Pamplona

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Carlos Muñoz, asesor de educación municipal, dice que Pamplona es un municipio atípico en temas de educación. Lo explica de esta manera: “El municipio cuenta con ocho colegios, 43 sedes educativas, cinco colegios privados y dos universidades. Y aunque existe una oficina de asesoría de educación que resulta ser un enlace con la gobernación, no podemos garantizar el derecho a la educación en toda su amplitud”, dice.

Esta es una realidad palpable en el municipio. La comunidad internacional hace presencia en el territorio y busca presentar alternativas para fortalecer esos procesos educativos inconclusos. Un ejemplo de ello fue la articulación interinstitucional con la organización Solidarités, quienes financiaron la construcción de cuatro módulos sanitarios para los niños y las niñas de las sedes rurales en El Ají, Negavitá, Tencalá y Chíchira. También hicieron entrega de una dotación tecnológica. Muñoz agrega: “La organización canadiense Save The Children, desde 2023, ha otorgado materiales pedagógicos a las instituciones educativas urbanas y rurales”.

La Corporación Nueva Sociedad de la Región Nororiental de Colombia, Consornoc, fue una de las organizaciones que más apoyo otorgaron a la población migrante venezolana con vocación de permanencia en el municipio. Uno de sus tantos servicios fue el asesoramiento jurídico a madres y padres de familia para que los niños y las niñas pudiesen gozar de su derecho a la educación.

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Dibujos realizados en los talleres sobre educación, futuro, sueños y Venezuela, con estudiantes del grado sexto del Colegio Galán de Pamplona y la Fundación Rohi.


Es el caso de Isabella, de 10 años edad, quien junto a su familia llegó a Pamplona para poder estudiar. Oriunda del estado Táchira, arribó a la ciudad estudiantil hace tan solo un mes junto a sus padres; hace 15 días presentó la prueba para iniciar sus estudios de básica primaria en Colombia. La niña quiere seguir el camino de la búsqueda de un mejor futuro en una tierra que la arropa con su frío, un lugar en el que espera no haya lugar a la indiferencia.

En medio de nuestro encuentro con Isabella, su madre, Gineth, agrega: “Nos vinimos de Venezuela para que nuestros hijos puedan estudiar, Isabella solo recibía clase dos veces a la semana, ahí no aprendían nada, no veían matemáticas, estaba preocupada por el futuro de mis hijos”, apunta.

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Dibujos realizados en los talleres sobre educación, futuro, sueños y Venezuela, con estudiantes del grado sexto del Colegio Galán de Pamplona y la Fundación Rohi.


Aunque Pamplona sea conocida como ciudad estudiantil, el panorama suele deformarse cuando se trata de garantizar el derecho a la educación a niños y niñas de poblaciones vulnerables, marginales o migrantes. Aquí la discriminación y la xenofobia aparecen en algunos casos. Tal como denuncian algunas madres venezolanas, que prefieren proteger su identidad y que viven en Pamplona hace más de cuatro años, sus hijos e hijas han sufrido de bullying, discriminación y acoso, ocasionado tanto por estudiantes y docentes de algunas instituciones de la Ciudad Mitrada. Esto les ha afectado psicológicamente, tanto así, que algunos de ellos han dejado de estudiar.

Los anhelos de milagros

En Mérida, Milagros jugaba en el barrio durante el día con sus primos y vecinos a la Miss Venezuela. Montaban en bicicleta, eran una familia. Al caer la noche, muchas veces Milagros se encerraba a llorar en su habitación, pensando en su mamá.

“Papá estaba muy flaco, las bodegas no tenían qué vender, mis hermanos y yo solo comíamos arepa de harina, pan, huevos pericos y agua, no había para más”, cuenta Milagros. Al ver el estado de su papá, un tío decidió invitarlos a Colombia.

Sin más, armaron una maleta para un viaje corto, dejando el corazón en su casa, con su familia y en su país. Milagros, en compañía de su padre, llegó a Pamplona hace un año y cinco meses. Al principio, se instalaron en casa de sus tíos, el papá de Milagros logró conseguir un trabajo, ayudaba en casa de sus familiares, pero no tardaron en empezar los problemas y decidieron buscar otro lugar donde quedarse. Milagros dice que para ese momento la situación en Venezuela se había complicado aún más. La familia terminó fragmentándose.

“En el futuro me gustaría volver a Venezuela y estar nuevamente con mi mamá”, dice, mientras pareciera que su corazón se pintara de color negro.

Desde hace un tiempo, Milagros no volvió a ver a sus tres hermanas, cada quién migró de Venezuela, solo una de ellas se quedó en Mérida cuidando a su abuela. “Cuando empecé a vivir en Pamplona, no tenía a nadie quien me peinara, extraño mucho a mamá y mis hermanas, no ha sido fácil para mí levantarme todos los días y peinarme, a otras niñas las peina su mamá, a mí no”, dice Milagros, incapaz en ese momento de sonreír.

“Para volver a ser feliz debo estar en Venezuela, volver a mi país”, comparte Milagros, aunque sabe que en el colegio en Venezuela no aprendería lo mismo que en Colombia, pues explica que mientras estuvo estudiando en Mérida había un solo profesor dictando todas las materias; no obstante, nunca vio asignaturas como inglés, lengua castellana, sociales, ni informática, no había computadoras.  Según, el Diagnóstico Educativo Venezolano 2021 y el portal web Prodavinci, “Venezuela perdió 25 % de sus maestros entre 2018 y 2021. El país contaba con 669.000 profesores y la cifra se redujo a 502.000 en tres años. Se estima que el 59 % desertó por los bajos salarios y las pobres condiciones laborales. El resto migró”.

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Dibujos realizados en los talleres sobre educación, futuro, sueños y Venezuela, con estudiantes del grado sexto del Colegio Galán de Pamplona y la Fundación Rohi.


La educación de Milagros

Milagros en este momento está cursando sexto grado en el Instituto Técnico Arquidiocesano San Francisco de Asís, sede José Antonio Galán de Pamplona. Desde 2018 hasta 2023, la institución ha recibido a más de 1.500 estudiantes venezolanos, según cifras otorgadas por el actual rector, Bernardo Wilches Gelves.

“Estudiar en Colombia me ha permitido aprender cosas nuevas, me gusta mucho el inglés, recién ingresé al colegio perdí solo una materia, papá siempre me ayuda con las tareas, para no faltar con los trabajos. En esos momentos, algunas veces papá suele contarme que él también extraña a mamá, era el amor de su vida, yo soy un poco celosa con él, cuando papá me confiesa su historia de amor con mi mamita, hace que mi corazón se pinte de morado, de alegría”, cuenta Milagros, dejando que una sonrisa le ilumine el rostro.

Milagros sabe que si pasa el año escolar podrá, como dice ella, cumplir su sueño más cercano, que es ir a visitar a su familia este diciembre en Venezuela y cumplir la promesa que uno de sus tíos más alegres le hizo prometer antes de morir: “Quiero que hagan el año viejo cada fin de año, que disfruten en familia. También me dijo que hicieran una parranda en su funeral.  Ese día, al morir, tomé un trago de licor que le llamamos Callejonero en nombre de mi tío. Recuerdo que en la velación le dejamos un trago, cuando regresamos ya no estaba, yo creo que el alma de mi tío vino y se lo tomó”, narra Milagros.

A sus 12 años, la vida le ha pintado a Milagros un par de veces el corazón de negro, pero ella es fuerte, no se rinde tan fácil. “Quiero quedarme en Venezuela para pasar tiempo con mi abuela, así no pueda comer ni estudiar, repasaré matemáticas e inglés con los apuntes que tengo, quiero que estemos todos de nuevo en nuestra casa, en nuestro país. Pienso que tal vez mi abuela puede enfermar y morir y nosotros lejos…”, confiesa Milagros, esperando que algún hada escuche sus más profundos anhelos y se los haga realidad.

A pesar de la difícil situación económica, social, política y de salubridad que atraviesa el vecino país, Milagros esboza una sonrisa enorme al hablar de su natal Venezuela. Con sus recuerdos nos traslada a un convite familiar: “Me encantan la chicha andina y la sopa que me prepara mi papá, y las hallacas que en diciembre hacen mi abuela y mi tía, están rellenas de carne, garbanzo, pollo, cerdo y un queso especial”. Milagros parece saborear esos recuerdos tan vivos, tan íntimos.

En Pamplona, Milagros probó junto a su papá por primera vez el pollo asado y una hamburguesa. “Mi papá en Colombia trabaja en el albergue Vanessa, allí vivimos. Los fines de semana le ayudo a vender helados en el parque o la plazuela, cuando nos va bien en la venta comemos en la noche perros calientes, en Venezuela le agregan más salsas, pero aun así me gustan mucho”, dice Milagros, con su corazón henchido de una efímera felicidad.

Milagros forma parte de los más de 700 niños, niñas y adolescentes de origen venezolano residentes en Pamplona que han podido ingresar a una institución educativa.


Este trabajo periodístico fue elaborado en el marco de ‘Periodismo en movimiento. Laboratorio de creación de historias sobre migración venezolana en Colombia’, iniciativa de Consejo de Redacción y el Proyecto Integra de USAID. Su contenido es responsabilidad de sus autores y no refleja necesariamente la opinión de USAID o el Gobierno de los Estados Unidos.

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