Martha, una defensora de derechos humanos que se inspira en el perdón
Esta es la historia de Martha Ceballos, una defensora de derechos humanos nariñense que trabaja todos los días por la reparación de las víctimas del conflicto y de quienes, como ella, perdieron a sus seres queridos por la violencia que se vive en Colombia. La búsqueda de la paz y el amor por su familia son su motivación para luchar por un país más justo y solidario.
Autor:
Adriana Lorena Caicedo
Martha vivía tranquila con sus padres y sus hermanos en el sur oriente del departamento de Nariño. Ella era la hija del medio de los Ceballos Vega. Su padre, don Gerardo, era un hombre muy reconocido en Guachucal, uno de los sectores más fríos de Colombia, donde sembraba papa para venderla en todo el país.
En esa época Guachucal era un pueblo próspero, donde Martha y su familia vivían en paz. Pero todo cambió un día de julio de 1995, mientras Martha llegaba a Ipiales, don Gerardo, su padre, fue asesinado. Como una premonición o un acto de despedida, ella cuenta que creyó ver a su papá en la plaza, que hacía las veces de terminal, a donde ella acababa de llegar.
A partir de ese momento iniciaron las amenazas y atentados en contra de los Ceballos Vega. El hijo mayor, un joven bromista y amante del fútbol, fue víctima de un atentado, por lo que tuvo que salir del país para exiliarse en Venezuela.
En 1999 Martha se graduó del colegio, pero, junto con el título, llegó su primer desplazamiento. Por la violencia ella y su familia salieron de su pueblo y empezaron una nueva vida, donde tuvieron que aprender a hacer artesanías para vender e invertir sus ahorros para montar un restaurante.
Un año más tarde su hermano regresó del exilio con ganas de recuperar la casa que habían abandonado, pero Martha no estuvo de acuerdo y la última vez que lo vio no quiso despedirse de él. “Subió a darme un abrazo y yo le dije ‘no, yo no te quiero dar un abrazo, porque es muy irresponsable que te quieras ir para allá. Acá no tenemos nada, pero estamos juntos’”.
Hoy, entre lágrimas y suspiros, recuerda como su mamá y su hermana le decían “por favor, no te vayas”. Un día después su hermano fue asesinado en circunstancias que por varios años fueron desconocidas. Con la voluntad de esclarecer este crimen, Martha se convirtió en una autodidacta y empezó a leer sobre diferentes temas, como leyes y sociología, lo que más tarde le permitiría convertirse en una defensora de derechos humanos y, sobre todo, le dio la posibilidad de conocer la verdad sobre la muerte de su hermano.
Martha y su madre se inscribieron a una convocatoria, de lo que posteriormente sería la ley de Justicia y Paz, enterándose que hacían parte de las víctimas de las AUC. Su hermano, ese joven que había regresado a su tierra buscando recuperar su casa, había sido asesinado por paramilitares.
Fue entre el 2016 y el 2017, más de 15 años después, en una audiencia de Justicia y Paz, que su familia tendría respuestas sobre la muerte de su hermano y a partir de ese momento decidieron perdonar y dejar atrás aquellos hechos que por tanto tiempo le hicieron daño.
Martha había conocido la cara nefasta de la vida, su familia había quedado golpeada y ella tuvo que llenarse de valor para seguir adelante. Entró a la universidad y conoció a un hombre de quien se enamoraría y sería el padre de sus dos hijas. Ellas heredaron sus ojos grandes y expresivos, y se convirtieron en la mejor motivación para intentar cambiar el mundo. Un mundo que, como ella dice, es indiferente al dolor de las víctimas, que muchas veces son revictimizadas y culpadas por los hechos que marcaron sus vidas.
Un día, mientras caminaba por las calles de Pasto, se encontró con una movilización por las víctimas de crímenes de Estado, que exigían no olvidar esas historias ni archivar sus procesos. En ese momento Martha comprendió que no estaba sola y que era parte de una gran familia, que según el Registro Único de Víctimas está compuesta por 9.048.515 personas. Desde ese día ella hace parte del Movimiento de Víctima de Crímenes de Estado (Movice), donde encontró apoyo para recorrer ese camino en el que empezó a entender más sobre su entorno y su realidad, y gracias a lo que inició una lucha para defender y atender a los colombianos que, como ella, han vivido de primera mano las consecuencias de la violencia en el país.
Fue precisamente este Movimiento que le hizo entender, entre otras cosas, que integrantes de la Fuerza Pública, quizá no fueron los actores, pero sí facilitaron algunos temas logísticos de las AUC en ese entonces. “Era una política de Estado, porque en las audiencias los paramilitares decías: ‘nosotros vivíamos en las casas fiscales del Ejército’”.
En el 2012, luego de más de 9 años de convivencia con el padre de sus hijas, se separó, porque ahora era víctima de otro tipo de violencia. Su pareja no apoyaba sus ilusiones al decirle que “él lo que quería era una esposa y no una revolucionaria, y que el país no lo iba a cambiar nadie, menos yo”. Martha se cansó de vivir en un entorno donde no se le respetaban sus sueños y luchas, pues, como ella lo dice, era vista como un objeto. “Me separé por mi trabajo, por ser defensora de derechos humanos, eso le ha pasado también a muchas defensoras y activistas”.
Con su separación también vino el exilio. Martha tuvo que salir de la ciudad por amenazas en su contra. Su primera parada fue Armenia, Quindío, pero poco después tuvo que ir más lejos para no correr riesgos y se refugió en Argentina. En este país tuvo la oportunidad de estudiar, pero se dio cuenta que debía regresar a Colombia, ya que quería seguir trabajando por el país y por la reparación de las víctimas del conflicto.
Regresó a Colombia cargada de nuevos vientos y metas. Se presentó a una vacante en la Gobernación de Nariño, donde obtuvo un trabajo en la Secretaría técnica de derechos humanos. Decidió que su cargo lo ejercería fuera del escritorio y empezó a hacer acompañamiento a los familiares de las personas dadas por desaparecidas, asesorándolas sobre la ruta que deberían tomar para encontrar la verdad y, de esta forma, que no se encuentren con las mismas puertas cerradas que en el pasado ella encontró.
Su trabajo en la Secretaría técnica inició el 9 de febrero de 2015, desde donde se dedicó a la atención y el acompañamiento a las víctimas, resarciendo en algo el dolor de las personas que, como Martha, han perdido a miembros de su familia o han tenido que abandonar sus tierras a causa del conflicto. Sus recuerdos y el deseo de que todo lo que le pasó no le suceda a nadie más eran el motor que la impulsaba a cumplir su labor para acompañar a las víctimas.
En 2018, tras nuevas amenazas de muerte, vivió su segundo exilio, esta vez en España, lo que fue una ventana para mostrarle al mundo la necesidad que tiene Colombia para avanzar en procesos de resiliencia y de aprovechar la solidaridad que hay en este país. En su regreso a Colombia tenía una nueva apuesta: la paz y promover un mensaje de reconciliación.
Martha ha estado detrás de muchos de los eventos de víctimas que se han realizado en el departamento de Nariño, acompañando esas voces que se alzan para buscar a hijos, hermanos y padres. Ella se siente orgullosa de su trabajo para el reconocimiento de víctimas del conflicto en Tumaco y de sus acciones por la paz. Lleva 12 años en procesos sociales y cinco años trabajando desde la institucionalidad, pero siempre con una meta clara: apoyar a quien lo requiere, logrando sumar sus esfuerzos desde orillas que parecieran diferentes y lejanas.
Su paso por diferentes municipios de la cordillera nariñense, como Leiva, Cumbitara, El Rosario y Policarpa, han impulsado la búsqueda de personas desaparecidas. En Tumaco es una de las defensoras que han propiciado la identificación de cuerpos no identificados y de personas que han sido víctimas del conflicto, lo ha hecho promoviendo eventos donde los familiares de las víctimas hacen un llamado a no olvidar a las personas que un día se fueron y no volvieron. Es una promotora de la paz y está convencida de que, además de cambios estructurales, “Colombia necesita conocer más a la gente que hace el bien, porque es momento de rescatar las cosas buenas”, cuenta Martha al hablar de la importancia de unirse a los que luchan para defender la vida y los derechos humanos.
Ella aprendió que los momentos dolorosos que ha vivido le han dado la fuerza para ayudar a quien lo necesita. Su esperanza continúa viva, cree firmemente en Colombia y en su gente de buena voluntad. “Me gustan los temas de paz y de derechos humanos, porque yo siento que es el mejor homenaje que uno le puede hacer a su familia, no solamente a mi papá y mi hermano, quienes se perdieron en esta guerra; sino también a esa gente valiente en los territorios que siguen luchando por encontrar la verdad”, dice Martha.
Martha quiere apoyar a construir un país desde la diversidad, donde hombres y mujeres respetemos nuestras diferencias, y sueña con seguir construyendo un camino en el que las víctimas puedan encontrar en ella, y en todos los colombianos, una mano amiga.
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