Un cazador de Puerto Nariño se convierte en guardián de su cosmogonía y territorio

Milton, el Tigre del Agua

En medio de la selva amazónica, los miembros de la asociación de cazadores Airumaküchi resguardan el territorio. Milton Pinto es uno de esos Tigres del Agua, reunidos en torno a prácticas de caza sostenible. Esta serie de fotos retrata su compromiso con la preservación de la naturaleza y se adentra en los desafíos ambientales que enfrenta la comunidad Ticuna en Puerto Nariño, Amazonas.

Historias en clave verde. Tercera edición

Milton, el Tigre del Agua

Autor:

Alejandro Melgarejo García y Ruido

Junio 21 de 2023

Portada

Milton Pinto, ante el árbol de la fertilidad en Puerto Nariño. Foto: Alejandro Melgarejo García.

Milton habita en el municipio colombiano de Puerto Nariño, a orillas del río Loretoyaco y a 67 kilómetros de Leticia, la capital amazónica colombiana. Es cazador y miembro de la etnia Ticuna. De acuerdo con su herencia ancestral, Milton ve la selva como el hogar común; el territorio en el cual los humanos interactúan con los sitios sagrados, en una relación mediada por el equilibrio físico y espiritual.

La selva sustenta la forma de vida de Milton y la de su comunidad. La cultura Ticuna tiene una larga historia y tradición, muy relacionada con la naturaleza y los rituales sagrados. La pesca y la caza son actividades importantes para su subsistencia, aunque también los miembros de estas comunidades se dedican a la agricultura y la artesanía. En el censo del DANE de 2005, la población Ticuna en Colombia era de 7879 personas; la mayoría de ellas habla su propia lengua y, dependiendo de su ubicación geográfica, también hablan español o portugués.

 

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El tabaco es un elemento ritual de protección para los Ticuna. Foto: Ruido.

La comunidad Ticuna está localizada en el Trapecio Amazónico: en los límites entre Perú, Colombia y Brasil. Para llegar a su resguardo en Puerto Nariño, es necesario embarcarse en un bote desde Leticia y navegar en contraflujo por el río Amazonas durante dos horas.

Para nuestro ingreso en este territorio sagrado, Milton pide permiso y protección a los ancestros y a los espíritus de la selva. Como parte del ritual, arma un pequeño tabaco, lo reza y empieza a soplar el humo sobre nosotros, desde la coronilla hasta la punta de los dedos, con la intención de limpiar y proteger. Posteriormente, dispone una corona con plumas de guacamayo sobre la cabeza de quienes vamos a iniciar el camino por la selva madre, con la intención de que los espíritus protectores nos vean como parte del territorio y no como una amenaza externa.

 

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Milton acompañado (de izquierda a derecha) por Edilberto, el presidente de la asociación de cazadores Airumaküchi, su mamá, su hija pequeña, su sobrina y su papá. Foto: Ruido.

Nadie puede pertenecer a la tribu sin hacer parte de un clan. La pertenencia a estos grupos está determinada en parte por rasgos físicos y de personalidad que los Ticuna denominan “esencias” y que corresponden a la naturaleza de cada individuo y su función en el universo. La esencia determinará el conocimiento que deben adquirir para que puedan ejercer el rol específico que tendrán que asumir en su comunidad. La estructura que integra varios clanes en una misma tribu permite distribuir tareas como la caza y la pesca, y establece límites para que entre miembros del mismo clan no puedan casarse.

La base social de la etnia Ticuna se fundamenta en el parentesco mítico. Los clanes están divididos en dos mitades: gentes con plumas (aves) y gentes sin plumas (plantas y mamíferos). Milton pertenece al clan del Tigre: cazadores por antonomasia. Como lo describe el artículo de Región Caribe, “los integrantes del clan del Tigre son conocidos por ser individuos alegres, fuertes y dominantes cuando tienen que serlo y, sobre todo, amantes de andar en la selva. Ellos son la representación perfecta del cazador y guerrero”.

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Milton pertenece a Airumaküchi, una asociación de cazadores que propugnan por ejercicios de caza sostenible dentro de la selva. Lejos de la explotación indiscriminada de recursos, los miembros de esta organización se han reunido en torno a la protección de la naturaleza y la recopilación de prácticas respetuosas con ella. La asociación no solo está conformada por miembros de la etnia Ticuna, también la integran cazadores de las etnias Cocama y Yagua. Por común acuerdo, pueden compartir información sobre sus actividades de caza e intervención en la selva primaria y secundaria que rodea el casco urbano de Puerto Nariño.

 

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Este tucán hace parte de los muchos especímenes rescatados en la reserva Wochine. Foto: Alejandro Melgarejo García. 

Han sido ocho años desde que Airumaküchi obtuvo piso jurídico para fungir como asociación. Gracias a ello han podido presentarse a convocatorias públicas y privadas para obtener recursos económicos, equipos y apoyo logístico para persistir en proyectos sostenibles y responsables con el hogar común. Equipamientos como radios de largo alcance, un computador portátil y asesorías en temas medioambientales y turísticos hacen parte de los estímulos que han fortalecido a la asociación.

 

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La pesca es fuente de sustento y rasgo de identidad para la comunidad Ticuna. Varias asociaciones de pescadores trabajan de la mano con Airomakuchi. Foto: Ruido.

Una sucesión de bonanzas económicas ha configurado un panorama de riesgo latente para la vida y el equilibrio natural de la selva amazónica. La región ha sido ambientalmente azotada por la extracción de petróleo y oro, así como por el cultivo y procesamiento de coca, actividades con impactos en aspectos sociales, económicos y ambientales del territorio y sus comunidades. A estas situaciones se suman el tráfico de madera y animales; un estudio de Conservation Biology publicado en 2020, correlaciona la creciente caza y comercialización de los jaguares en América Latina y Centroamérica con el aumento de inversión e instalación de empresas privadas de China. Y, como indica la investigación, las incautaciones de partes como colmillos, garras y pieles han aumentado considerablemente en las regiones en las cuales habita el jaguar.

 

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La biodiversidad convoca a buena parte de la comunidad. Antes de los rifles, el veneno de la rana dardo era usado para cazar presas de la selva. Foto: Alejandro Melgarejo García.


En noviembre de 2022, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia hizo público que “la deforestación ha arrasado con 3.182.876 hectáreas de bosque en Colombia, de las cuales 1.858.285 hectáreas pertenecían a la Amazonía colombiana”. Esta cifra indicaba un crecimiento del 11 % en la deforestación en comparación con el año anterior a la publicación.

Esta situación representa una seria amenaza para la fauna que habita la región. Según el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt y el portal Sinchi, se han registrado en la Amazonia colombiana al menos 764 especies de aves, 380 especies de reptiles, 371 especies de anfibios, y 3043 especies de peces y 520 especies de mamíferos.

 

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Rasguños de jaguar sobre el tronco de un árbol en la selva. Foto: Alejandro Melgarejo García.


El tigre y el jaguar son dos especies diferentes de felinos que pertenecen a la misma familia. El tigre es originario de Asia y los jaguares se encuentran en Centro y Suramérica. Son depredadores solitarios, sigilosos y, al igual que Milton, cazan lo suficiente y nada más.

El nombre de Airumaküchi, “tigres del agua” en lengua Ticuna, proviene de una historia ancestral. Según el relato, un cazador estaba apostado a orillas del río y vio salir del agua a dos jaguares que comenzaron a quitarse la piel y a transformarse en personas. El cazador decidió perseguirlos y de repente cayó en cuenta de que había llegado a una comunidad en la que todas las personas podían transformarse en jaguares. Los miembros de la comunidad sorprendieron al cazador y decidieron llevarlo al centro para conocerlo mejor. Después de conversar con él, tomaron la decisión de permitirle que se quedara para que aprendiera sus secretos junto a ellos.

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Airumaküchi abraza el misterio de la selva amazónica, ese que se murmura entre boca y boca. Conserva la esencia mítica de las palabras de mayores que danzan entre el mito y una realidad oculta para la gran mayoría de la humanidad. Diferentes cosmogonías de las comunidades indígenas de la selva amazónica reconocen que los Taitas —sabios y médicos tradicionales de estos territorios— tienen el poder espiritual de convertirse físicamente en jaguares. Aunque Milton no es un taita, su conocimiento del entorno le permite ser una especie de jaguar en medio de la selva primaria: su escucha, su mirada, su tacto y su sigilo lo hacen a la vez un cazador con una destreza implacable y un guardián de su territorio.

Monitorear jaguares hace parte de las actividades de la asociación. Si bien la caza de jaguares es ilegal en la mayoría de los países de América del Sur debido a su estatus de especie en peligro de extinción y a la protección legal que se les brinda. La caza furtiva sigue siendo un problema en algunos lugares, y los jaguares siguen siendo amenazados por la pérdida de su hábitat y la fragmentación de sus poblaciones.

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Las cámaras-trampa funcionan con un sistema infrarrojo para capturar fauna en movimiento. Foto: Alejandro Melgarejo García.


Desde 2018, la Universidad Lund, en Suiza, implementa un proyecto en conjunto con Airumaküchi para el cuidado de los jaguares. Milton está a la cabeza de la ejecución de este proyecto a través de la instalación de cámaras-trampa para el monitoreo de esta especie. El seguimiento de las poblaciones de jaguares ayuda a los conservacionistas y a las comunidades indígenas a desarrollar estrategias para proteger el hábitat y prevenir la extinción de la especie.

 

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Milton comenzó a instalar cámaras desde hace cinco años. Foto: Ruido.


Acompañado de sus ancestros, su sabiduría y un cuchillo, Milton instala las cámaras en distantes lugares de la selva primaria, sitios que conoce muy bien y que son hogar de jaguares como él.

 

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Llamarse “Tigres del Agua” alude a la figura tutelar, pero también a una relación simbiótica con el agua. Foto: Alejandro Melgarejo García.


Desde Puerto Nariño se puede contemplar la gran serpiente amazónica, con una longitud aproximada de 6400 kilómetros. Es el río con mayor caudal en el mundo en el que corre aproximadamente el 20 % de toda el agua dulce que fluye hacia el océano.

 

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En la selva primaria se encuentran restos de animales como venados, pecaríes, tapires, capibaras, armadillos y monos que comúnmente son presas de los jaguares. Foto: Alejandro Melgarejo García. 


Las aguas del Amazonas y las tierras de Puerto Nariño son los elementos naturales en los que transcurre la vida de tigres del agua como Milton Pinto, consagrados al cuidado de otros tigres, los jaguares que alguna vez, hace muchos años, aprendieron a cazar. El paso de cazadores a guardianes, de predadores a cuidadores, es una forma de crecer con raíces en la tierra, de fluir con el agua.

 

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 La pesca es fuente de sustento de muchas familias en la comunidad de Puerto Nariño. Pescadores trabajan hasta el crepúsculo en el río Loretoyaco. Foto: Alejandro Melgarejo García.

 

Esta investigación hace parte de la tercera edición del especial periodístico ‘Historias en clave verde’, resultado de la formación ‘CdR/Lab Periodismo colaborativo para narrar e investigar conflictos socioambientales’, que se realizó en el Amazonas por Consejo de Redacción (CdR), gracias al apoyo de la DW Akademie y la Agencia de Cooperación Alemana, como parte de la alianza Ríos Voladores.

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