Necoclí, el pueblo turístico y puerto migratorio del Urabá
El agitado pulso de la migración es imparable en Necoclí. Distintos idiomas, costumbres, sabores y olores confluyen en un mismo lugar para luego abrirse paso por las aguas del golfo de Urabá. Esta es la historia del municipio que encontró su vocación turística a través de la migración.
Autor:
Ana Paola Martínez y María José Restrepo
“¡Poisson, poisson!”, gritan los pescadores después de sacar la pesca de cada mañana. Ingresan del mar a la playa y toman la calle principal para vender su pescado en la plaza de mercado. En el camino que recorren saben que su francés colombianizado puede atraer clientes, alguna de las familias haitianas que viven entre las playas y los albergues del municipio, que esperan recolectar suficiente dinero para cruzar el golfo de Urabá y continuar la migración hacia Estados Unidos.
Este municipio de Urabá, de casas de colores pastel y árboles de bugambilias ahora está adornado con pancartas de medio metro cuadrado que llevan estampada la cara verde de Benjamin Franklin en el billete de 100 dólares estadounidenses y una inscripción en la que se lee “Cambio de dólar”. Sus puestos de playa combinan salidas de baño, souvenirs de perlas y gafas de sol —para los turistas— con las botas de caucho y estufas portátiles que se llevan los migrantes para cruzar el Tapón del Darién, la tupida selva ubicada en la frontera entre Colombia y Panamá.
Y es que buena parte de la clientela de pescadores, comerciantes, operadores de turismo y todos los que mueven la economía de un pueblo —que no llega a los 72.000 habitantes— va de paso. Son más de 200.000 migrantes los que cruzan anualmente el municipio para luego llegar a uno de los pasos más peligrosos con destino al norte del continente, el Tapón del Darién. En 2022 transitaron esta ruta 248.284 migrantes, y solo entre enero y febrero de 2023 pasaron 49.291 personas, según los registros de Migración Panamá y GIFMM Satélite Urabá.
Necoclí cambió cuando sus habitantes hicieron de la migración como derecho humano, un negocio. “En la medida que se masifica la migración, esta se vuelve una opción de negocio”, relata Carlos Rojas, un empresario turístico de la región. Como su testimonio, varios de los documentados en esta investigación dan cuenta de cómo un pueblo pequeño ha buscado la adultez llevando en su piel la migración.
De migrantes a potenciales clientes
Hace diez años, la mayoría de migrantes salía desde Turbo. “Hasta que montaron el muelle y empezaron a transportar por Necoclí”, dice Rojas. “Entonces se convirtió en una ruta más apetecida por las condiciones ambientales y porque el tiempo hasta Acandí o Capurganá se acorta una hora”, concluye.
Para monseñor Hugo Torres, quien ha sido la cabeza de la Diócesis de Apartadó desde 2014, las personas migrantes empezaron a salir de Necoclí porque la empresa Caribe S. A. S. empezó a mover a turistas y migrantes del lado antioqueño al lado chocoano del golfo del Urabá. Rojas concuerda y explica que las embarcaciones eran grandes y con un confort muy superior a las de Turbo. Por eso empezó a correr el rumor de que viajar por Necoclí era mucho mejor que hacerlo por Turbo.
Monseñor Torres cuenta que el transporte de los migrantes por el golfo de Urabá fue determinante para que la migración se convirtiera en un negocio. “Solo había una empresa (Caribe S. A. S.) que los transportaba hacia el Chocó (…) era una sola empresa y un montón de gente queriendo cruzar. Por pura capacidad de adaptación propia, comenzó la población migrante a quedarse en casas, en la playa, a pagar hoteles y seguían demorados por el transporte”.
Hoy también funciona la empresa Katamaranes del Darién, que ha tenido mucho éxito desde su fundación e incluso, en 2020, construyó un muelle aparte para sus clientes. Pero ni siquiera entre las dos dan abasto para las personas que salen a diario del muelle, por eso se generan represamientos: grupos de migrantes que deben quedarse del lado antioqueño del golfo de Urabá porque no tienen dinero para cruzar o porque no hay cupos para que lo hagan. “Y mientras más demoran en salir los migrantes, más consumen. La gente vio y empezó a ver a los migrantes como un negocio”, concluye monseñor Torres.
El represamiento fue especialmente fuerte durante la pandemia. “Llegamos a tener un pico de más de 21.000 migrantes aquí en el pueblo, que tenían que quedarse casi un mes esperando para comprar el tiquete para continuar. Y mientras tanto, se quedaban gastando en dólares”, cuenta monseñor Torres.
El aumento anual de migrantes se empezó a volver un buen negocio para los comerciantes en el muelle. En la pandemia, Necoclí se oficializó de golpe como un municipio de migrantes. “Nunca pensamos ser receptores de migrantes porque no estamos en la frontera”, dice César Zúñiga, director de la Unidad de Gestión de Riesgo de Desastres del municipio, “por eso no podemos destinar ningún recurso de nuestro presupuesto anual para atención a la población migrante. Como eso no está en el desglosado, sería desvío de recursos”.
El comercio alrededor de los muelles empezó a florecer con artículos que los migrantes necesitan para su cruce del Darién. “Aquí consigues todo lo que necesitas para el viaje”, cuenta Yomaira, quien desde hace cinco años es dueña de un carrito que mueve a lo largo de la arteria principal del pueblo: el Malecón de las Américas. Vende desde forros impermeables para el celular, hasta salidas de baño para la playa.
“Yo veo que los chinos vienen con las maletas gigantes, pero no es necesario, si supieran que aquí se consigue desde las botas, el mosquitero, hasta la estufa, si se quiere”, dice. Yomaira describe el paisaje que marca el comercio necocliseño: un municipio de playa que quiere venderles bloqueador y gafas de sol a los turistas, pero también las botas de caucho con las que los migrantes pasan el Darién.
Y en ese mismo malecón que parece de ojos abiertos al profundo mar está Belsy Tovar. Allí, con cientos de migrantes y carpas a sus espaldas, tiene su “puestico”. Ella fue estilista por más de diez años en Medellín, pero en diciembre de 2022 decidió irse a Necoclí porque vio que le resultaba más rentable vender productos de primera necesidad para los migrantes. Sobre la rentabilidad entre ser estilista o comerciante informal, prefiere no dar detalles, explica que en ambos oficios todo depende de la temporada. En diciembre, por ejemplo, las ventas fueron mucho mejores que en los tres primeros meses de 2023.
“Cuando llegué de Medellín no conocía mucho. También soy nueva acá”, cuenta Belsy. “Muchos migrantes llegan y me preguntan dónde pueden conseguir esto o aquello, y lo que hago es recomendarles lugares seguros. Vendo productos que ellos necesitan para su viaje: estuches para celulares, estuches para pasaportes, botas, estufas y demás implementos. Es cuestión de asesorarlos para que tengan lo necesario y puedan salir de aquí”, dice.
Para seleccionar los productos de primera necesidad de un migrante, Belsy ha tenido que aprender a detectar cómo se mueve la migración a su alrededor. Sus ojos están puestos en quienes pasan, con quién viajan y en el equipaje que llevan. De eso depende qué y cómo vender. Su permanencia en estas tierras, por la rentabilidad y tranquilidad con la que se desenvuelve como comerciante, será “hasta que Dios lo permita”, asegura.
Hoy, no solo se vende pescado en francés, sino que también se puede comprar en dólares, una moneda que a diario amenaza con sobrepasar los 5.000 pesos colombianos. En una cartulina improvisada sobre la caja de Rimax en la que Belsy vende sus carimañolas, se lee “1 x 5.000 o 1 USD”. Tanto los vendedores en carritos como los ambulantes que se pasean con una caja llena de empanadas y carimañolas venden su producto en la moneda universal.
La actividad cambiaria, además, también ha florecido. Aunque el dólar solo alcanzó los 4.000 pesos colombianos en marzo de 2020, Ferney cuenta que desde hace rato en Necoclí se vende por 5.000. “Es un número más sencillo, nos queda más fácil la matemática del cambio”, dice desde su carrito en el que empezó vendiendo productos de playa, pero se ha movido hacia las botas y las estufas en los últimos dos años.
“Yo oigo que gente les da por la cabeza a los migrantes, pero no me atrevo porque soy católico”, dice ante la pregunta de quiénes se aprovechan económicamente del fenómeno migratorio. En el municipio no existe una autoridad que controle la tasa de cambio, por lo que los comerciantes pueden cobrar a los migrantes según les parezca.
En esa ‘migración dolarizada’ que dinamizó la economía se generó el consumo masivo de productos como el papocho (una especie de banano pequeño y regordete), muy apetecido por los migrantes haitianos y cubanos. “Para mí era raro ver vender caña aquí. Hoy la caña se vende hasta por 5.000 pesos, los haitianos están fascinados consumiéndola”, dice Carlos Rojas.
El “pueblo egoísta” empezó a vender paquetes a los migrantes
“Mi trabajo consiste en el transporte migratorio, soy un tercer guía para los migrantes. Me encargo de su protección, cuidado, de que no les pase nada, de que no los estafen”, dice Esteban, un chico al que, por su seguridad, se le ha cambiado el nombre. Es técnico en logística y marinero en una empresa transportadora privada. Le enorgullece contar que es “segundo al mando de un yate”.
El torrente diario de migrantes sale desde Necoclí y llega hasta el Campamento del Abuelo, que es la primera frontera de Panamá. “Ahí los soltamos. Ellos salen de aquí protegidos. Si van sin un guía corren el riesgo de perderse, de morir. El segundo gobierno que tenemos en este pueblo dio la opción de que haya guías para que ellos no tengan esas situaciones y vayan protegidos. Cuando los dejamos en el Campamento del Abuelo (el primer albergue que los recibe en Panamá) nuestra misión queda cumplida”, cuenta Esteban, quien añade que el estigma de que el migrante muere en la selva está desapareciendo, pues la ruta está quedando marcada para todos, independientemente de donde vengan.
Hoy en día, a los migrantes se les cobra aproximadamente unos 310 dólares, mínimo, para que lleguen sanos y salvos a su destino. Son dos rutas: por Acandí o por Capurganá. La primera es más económica. Esteban explica que “los que viajan por Capurganá llevan un pasaporte privilegiado. Van protegidos, no cruzan montañas, van por caminos legibles, rápidos: por ahí van los chinos, japoneses, turcos, holandeses. Ellos toman un paquete que cuesta entre 700 y 800 dólares, y van con todo pago. Tenemos que consentirlos, cargarlos, cuidarlos, hasta limpiarles las lágrimas porque están pagando por esas lágrimas. Quienes van por Acandí van más apretados. Cuando hablamos de paquetes es porque es algo seguro”.
Quienes compran estos paquetes preferenciales suelen ir en grandes grupos de asiáticos que pagan por el servicio completo desde su país de origen hasta Estados Unidos. “Vienen siempre en grupo”, explica Yésica, que trabaja en uno de los 30 hoteles que ahora tiene el municipio, “no hablan nada de español, ni siquiera las frases que yo sé en inglés me las entienden”.
Yésica cuenta que se comunican con un aparato más pequeño que un celular, en el que graban las frases en chino y el traductor las repite en voz alta en español. “Pero son muy desordenados, apenas llegan al hotel me van desordenando las habitaciones cuando yo los trato de mantener en la recepción”, dice.
Los necocliseños los conocen como grupos de “chinos”, pero su origen puede ser cualquiera de los 40 países asiáticos cuyos habitantes tienen ojos rasgados y piel blanca. Suelen quedarse dos días en el municipio, como parte de su plan contratado previamente, y salen en manada a las siete de la mañana con los guías que los suben en lanchas que salen por el Golfo de Urabá.
Los “migrantes con plata” tienen la posibilidad de hospedarse en uno de los hoteles de la zona rosa de Necoclí, separada de la playa en donde acampan los que esperan reunir suficiente dinero para cruzar el golfo. A las dos zonas solo las separa un pequeño puente, una especie de ombligo que parte en dos la playa del municipio: la de los turistas y la de los migrantes.
Esteban considera que el pueblo se ha vuelto “egoísta” y que aunque en el ámbito económico se le ha mejorado la vida a mucha gente, la plata que se mueve en Necoclí “es una plata con el sudor de la muerte, una plata sucia”.
Cuando la migración se volvió un negocio que se paga en dólares, muchos necocliseños aprovecharon e hicieron de sus casas albergues y posadas para migrantes. Otros se sumaron al reinado de la informalidad e indistintamente le apostaron a aprovechar el momento. Para el caso de los migrantes venezolanos, estos se vieron enfrentados al estigma de ser “los migrantes sin plata”. De los más de 248.000 migrantes que cruzaron la frontera entre Colombia y Panamá en 2022, el 60 % —unos 150.000— eran venezolanos. Este año, el panorama cambia un poco, de las más de 42.000 personas que cruzaron entre enero y febrero de 2023, solo el 22 % venía de Venezuela.
Para el caso de los migrantes venezolanos, mucha de la oferta respondía a la necesidad y a la urgencia —en su carrera contrarreloj— por el vencimiento de su salvoconducto, el documento temporal que entrega Migración Colombia para que un extranjero permanezca o salga del país.
Para las autoridades, el negocio del futuro es el turismo, no la migración
Al personero Wilfredo Menco le parece algo positivo que los migrantes traigan plata al municipio. “De cierta manera, eso está generando un ingreso”, dice Menco, “el tema es que hay muchos tipos de migrantes” y empieza a hacer una lista que va desde los haitianos, pasando por los venezolanos y llega hasta el Lejano Oriente.
Las autoridades, al tanto del buen negocio en el que se ha convertido la migración, ven a los migrantes que llegan sin dinero como un problema. “Los asiáticos, que llegan siempre en grupos grandes, no generan problema, es más, uno creería que uno casi ni los ve”, cuenta Menco. “El problema es con la población venezolana, porque esa población viene sin recursos económicos”.
Para esas autoridades, además, el migrante que se queda choca con el proyecto de convertir a Necoclí en el destino de playa de Antioquia por excelencia. Por eso Zúñiga, de la Unidad de Gestión de Riesgo del municipio, asegura que están “padeciendo” la migración. “Nuestros operadores turísticos, nuestros comerciantes de playa, están preocupados y nos están poniendo problemas”, dice, “los derechos de uno llegan hasta donde comienzan los derechos del otro”.
El turismo se convirtió en el futuro soñado de las autoridades necocliseñas desde hace unos cuatro años, cuando el actual alcalde, Jorge Tobón, presentó su plan de gobierno titulado ‘Necoclí Ciudad Turismo’. En él, plantea el turismo como eje transversal en la política pública del municipio. El objetivo es convertir el municipio en un “epicentro turístico de Antioquia” para 2030. “Un municipio con la capacidad en infraestructura suficiente para atender el turismo regional y nacional, con oferta en ecoturismo y el turismo de sol y playa”, se lee en el plan.
Pese a que ese objetivo institucional no contempla al migrante, pero sí al turista, los necocliseños siguen apostándole a consolidar su economía local ofreciendo paquetes y alternativas para ambos públicos. De esas mismas playas salen a diario, así como los migrantes, turistas rumbo a Capurganá a disfrutar de días de sol. La mixtura de realidades se sigue configurando por sí sola, lo que hace del municipio un destino y un punto de partida por excelencia. Aunque no esté escrito en el plan de desarrollo, en Necoclí el negocio está en el turismo y en la migración.
Este especial periodístico fue elaborado en el marco de ‘Periodismo en movimiento. Laboratorio de creación de historias sobre migración venezolana en Colombia’, iniciativa de Consejo de Redacción y el Proyecto Integra de USAID. Su contenido es responsabilidad de sus autores y no refleja necesariamente la opinión de USAID o el gobierno de los Estados Unidos.
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