Una revolución feminista crece en el Catatumbo

Poco a poco un grupo de mujeres está sumando su voz en el Comité de Integración Social del Catatumbo CISCA, una organización campesina históricamente liderada por hombres. Buscan, desde el feminismo, que más mujeres participen en sus espacios políticos.  

Historias de mujeres que construyen paz en los territorios

Una revolución feminista crece en el Catatumbo

Autor:

Tatiana Rojas

Noviembre 22 de 2021

 María Ciro Zuleta, cofundadora del Comité de Integración Social del Catatumbo, comúnmente llamado Cisca, siempre tiene dos adjetivos a la mano para cuando le preguntan sobre su vida: “soy campesina y feminista”, se le escucha con firmeza al otro lado de la línea. Oriunda de Ituango, Antioquia, María cuenta que no siempre fue así. Pese a ser la única mujer que integraba está reconocida organización en sus comienzos, para ella era normal ver tantos hombres liderando las conversaciones políticas. Igual que sus compañeros, creía que no eran del interés de otras mujeres. “Estábamos muy equivocados”, dice hoy. 

El Cisca se creó en el 2004 en el corregimiento San Pablo, en Teorama, y el municipio de El Tarra, como una forma de unir a los sobrevivientes de la arremetida paramilitar en el Catatumbo entre 1999 y 2001. Algunos de sus primeros manifiestos fue la reclamación de sus tierras, condiciones dignas para reconstruir su vida en la región y la protección de la naturaleza. Pese a que otras mujeres, además de María, han ayudado en su construcción, para nadie era extraño verlas relegadas en temas de logística o preparando los alimentos en la cocina. 

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María es agrónoma egresada de la Universidad Nacional. Nació en Ituango, Antioquia, pero ha construido su vida como lideresa en el Catatumbo. Fotografía: Daniel Esteban Rincon Mora

Solo hasta el 2010 María decidió investigar qué ocurría: quería saber si era solo un comportamiento de las mujeres del Catatumbo o era algo estructural. De entrevista en entrevista, recorriendo esta región conformada por los municipios de Convención, El Carmen, Hacarí, El Tarra, Tibú, San Calixto, Sardinata, La Playa y Teorama, hizo algunas preguntas y se encontró por primera vez con lo que ha ahora conoce como “patriarcado”.

 “Queríamos saber por qué la falta de interés de las mujeres en los movimientos sociales o escenarios de participación, y resultó que muchas querían hacer parte, pero las labores del hogar no se los permitía. Sus esposos, sin mediar, les asignaban el cuidado de la finca cuando ellos salían a sus reuniones; también, en otras ocasiones, como dependían económicamente de ellos, no tenían dinero para salir de sus casas. Así que, con esa información, decidimos actuar”, cuenta María.

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María Ciro Zuleta, cofundadora del Comité de Integración Social del Catatumbo (Cisca) fue una de las protagonistas de la serie documental ‘Con los pies en la tierra’ un trabajo audiovisual del Cisca para mostrar el rol de las mujeres rurales en su organización.Fotografía: Daniel Esteban Rincon Mora 

Empezaron poco a poco. Fueron convocando a las mujeres en encuentros locales para conocer su opinión en las discusiones de la tenencia de la tierra, un tema trascendental en su organización. Estos encuentros se desarrollaron en sus veredas con la intención de que no tuvieran que movilizarse fuera de sus territorios y pudieran volver temprano a sus casas. 

Después, construyeron algunos espacios de escucha en el que ellas contaban sus temores, sus tristezas, sus dolencias; las violencias físicas y sicológicas. Tomando consciencia de sus historias de vida, empezaron a hablarles de feminismo y patriarcado. También de algunas fechas importantes como el 8 de marzo y el 25 de noviembre que se conmemoran en el mundo para protestar en contra de las desigualdades de género y la violencia contra las mujeres. 

“Hoy somos alrededor de 15 mujeres en el Catatumbo que estamos abordando el feminismo dentro de la organización, porque entendimos que sí quieren participar, pero hay unas realidades —que erróneamente denominamos “culturales”—que impiden o limitan su integración, pues deben cumplir las labores del hogar que no paran, van de domingo a domingo. Además, descubrimos que no solo ocurre en el Catatumbo, es un sistema que está implantado en toda la sociedad.”, asegura María. 

Una de esas mujeres que buscaron al Cisca para liderar estos procesos en el 2015 es Andrea Lisbet Jiménez Coronel, una joven de Guamal, del municipio de Convención, Norte de Santander. Andrea cuenta que migró a Ocaña buscando lo que muchos jóvenes esperan encontrar allí: futuro. Ingresó a la universidad a estudiar idiomas. Al poco tiempo se convirtió en madre y en esposa. Era feliz, dice. Pero, con el nacimiento de su segundo hijo, todo cambió. Su pareja empezó a exigirle que se dedicara más al hogar: al cuidado de él y sus hijos, y aceptó. Renunció a su carrera y se retiró de la universidad.

“Luego, empecé a notar en él más comportamientos machistas que antes no había notado. También me di cuenta que solo yo estaba haciendo sacrificios por la familia, y descubrí infidelidades, así que me separé y seguí estudiando de manera autónoma. En medio de eso, quería regresar al Catatumbo y supe que el Cisca generaba espacios para fortalecer la identidad campesina y el trabajo con las mujeres en la región, un sueño que había tenido desde hace mucho tiempo, cuenta Andrea.

 En sus primeros meses en la organización, Andrea encontró una red de apoyo cuando creía que no quedaba ninguna parte de ella para reconstruir su vida. “Yo me consideraba feminista antes de entrar al Cisca, pero fue aquí que estas mujeres, sin conocer mucho del feminismo, empezaron a alimentar lo que había leído en libros. Aquí conocí la sororidad y comprendí que lo que me había pasado, se replicaba en mayor o menor grado en las vidas de otras compañeras. Así que decidí quedarme y trabajar con ellas. Hoy nos da mucha emoción escuchar a algunas mujeres del Catatumbo decir que son feministas, usar el pañuelo morado y verde.  Pero, claro, cuando recién empecé, dentro de la organización no se mencionaba mucho la palabra “feminista”, apunta Andrea.

En efecto, algunos de los dirigentes aún no eran conscientes de sus prácticas machistas y tampoco entendían porque era necesario cambiarlas.  Dice Andrea que, cuando ella tomaba la vocería en algunos espacios y se identificaba como feminista, sus compañeros le decían que era mejor no mencionarlo, que no era necesario. “Y esto ocurre porque los hombres creen que las feministas los van a acabar, y eso no es así. De ahí entendimos que nuestro trabajo no solo debe ir dirigido a las mujeres, sino también a sus esposos y a los hombres de nuestra organización”, agrega Andrea.

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Andrea Lisbet Jiménez Coronel integra el Comité de Integración Social del Catatumbo (Cisca) y es quien se encarga del componente de plantas medicinales. Les enseña a sus compañeras los beneficios de las plantas y cómo pueden obtener un beneficio económico de ellas. Fotografía: Daniel Esteban Rincon Mora 

Pero, ¿cómo han hecho para que estas mujeres rompan el ciclo de la dependencia económica? ¿Cómo han aumentado su participación en espacios de toma de decisiones? María cuenta que les han enseñado diferentes oficios con los cuales pueden obtener recursos, tanto individualmente como en colectivo.  También desarrollan trabajos de acompañamiento psicosocial, “porque entendemos que necesitamos recomponer el cuerpo desde lo físico, mental y sentimiento, si eso no se logra, será muy difícil contar con su participación”. Y por último, como muchas de ellas tienen hijos, sus reuniones también incluyen a niños y niñas. “Y como sabemos que ya tienen suficiente trabajo en sus casas, no hacemos que estos espacios se conviertan en una carga más para ellas, sino un espacio de alivio”, agrega María.

Para Sandra Yadira Sáenz Sotomonte, feminista rural de La Plataforma de Incidencia Política de Mujeres Rurales, el feminismo en las organizaciones campesinas y mixtas ha ido haciendo un tránsito lento, pero interesante. “Hace 15 años ese tema no se tenía en cuenta por las mismas mujeres de las organizaciones y era muy natural que los hombres liderarán.  Incluso en las organizaciones de solo mujeres no se tenía en cuenta esa perspectiva, no tenían la conciencia de reclamar sus derechos”. 

Ahora— agrega Sandra— “vemos cómo estas mujeres rurales están adoptando el feminismo en sus vidas. Y aunque, según Sandra, hoy la palabra feminismo sigue causando temor por las posturas radicales, en su expresión más sencilla y cercana, para las mujeres rurales significa reivindicarnos como sujetas de derechos y desnaturalizar las violencias, y cuando empiezas a darte cuenta de eso, es un gran paso”.

Finalmente, para María y Andrea, aún queda mucho por trabajar en el Cisca y en el Catatumbo, pues a la fecha no existe la primera mujer presidenta de alguna asociación o junta comunal. Pero, resaltan su compromiso de no pensar su movimiento social sin el enfoque feminista que siguen construyendo desde las realidades de las mujeres campesinas. “Los mayores levantamientos sociales de los últimos tiempos han estado liderados por mujeres y corrientes feministas, ya no podemos pensar los procesos sociales que tengan un solo enfoque, hoy tenemos que pensar en procesos más amplios”, concluye María. 

Esta producción fue coordinada por Consejo de Redacción en alianza con la International Media Support. Las opiniones presentadas en esta publicación no reflejan la postura de ninguna de las organizaciones

 

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